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Cada vez es más claro el peso que tiene la aprobación presidencial en las valoraciones de la gente sobre la situación del país y las decisiones de gobierno. La semana pasada apunté las enormes diferencias que hay en las opiniones sobre la vacunación entre quienes aprueban al Presidente y quienes no lo hacen.

Algo parecido ocurre en diversas áreas de gobierno. La personalidad del Presidente y su estilo de gobernar desatan pasiones y polarizan posiciones, incluso por encima del debate de los temas sustantivos.

En la época de hegemonía priista, el choque de posiciones entre derecha e izquierda quedó relegado ante lo que se convirtió en el objetivo central de las oposiciones: sacar al PRI de Los Pinos.

Ese fue el primer plano de la contienda política hasta 2006, cuando por primera vez vimos un choque frontal entre la derecha y la izquierda con la disputa por la presidencia entre Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador.

Aunque con matices, en ese eje ideológico se ha seguido dando buena parte del debate político. La insistencia del Presidente en contrastar sus políticas con las del neoliberalismo, o en marcar la separación entre conservadores y liberales, es muestra de ello.

Aun así, me parece que las valoraciones, no solo entre los más activos políticamente, sino entre el público en general, no están tan determinadas por la ideología como por el acuerdo o desacuerdo con el Presidente. Es esa variable, más que cualquier otra, la que “filtra” la realidad y determina las posturas políticas de los ciudadanos.

Sin duda cuentan los temas que históricamente han dividido a izquierdas y derechas, así como los de la nueva agenda social, pero hay un amplio sector de la población que los evalúa a partir de los juicios del Presidente. En alguna medida, sucede lo mismo en debates de coyuntura como el que se ha dado en torno a Félix Salgado Macedonio.

Al calor de las campañas y en lo que resta del sexenio, me parece que este eje de la contienda política solo puede reforzarse. Si es así, el lopezobradorismo podría convertirse en el referente central de la política mexicana por muchos años; algo parecido a lo que ha sido por décadas el peronismo en Argentina.