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Muy sugerente para el momento mexicano, es el repaso del libro de Bárbara Tuchman The March of Folly (La marcha de la locura, FCE, 1989), que ha puesto en su cuenta de Twitter el académico del Cide David Arellano Gault (@gaultin).

Intrigada por los errores recurrentes de distintos gobiernos estadunidenses en su desastrosa escalada de Vietnam, Tuchman recorrió la historia en busca de momentos en que distintos gobiernos persistieron en errores que los llevaron al desastre, pese a que tenían otro curso de acción y la información suficiente para ver con claridad lo que pasaba.

Salvo que no querían ver. ¿Por dictatoriales o tiránicos? No. ¿Por dementes? No. ¿Por incompetentes? Tampoco. O no solo, sino sobre todo por una especie de manía, de obcecación en negarse a ver y a corregir lo que ostensiblemente les salía mal, con resultados contrarios al buscado y en perjuicio de sus propios intereses.

Tuchman recorre la locura troyana de meter al famoso caballo en sus murallas, la pasividad de Moctezuma ante el puñado de españoles que codician su imperio, la dureza del trato británico a las colonias americanas hasta echarlas al camino violento de la independencia, la necedad de Napoleón de invadir Rusia en el invierno, y la necedad de Hitler de lo mismo.

En todos los casos, o en una suficiente proporción de ellos, Tuchman encuentra rasgos comunes, que Arellano Gault resume en cinco: Primero, la existencia de una “misión divina”, por definición no negociable. Segundo, la sistemática “negación de la experiencia”, que suspende las ventanillas del aprendizaje y de la flexibilidad ante los hechos.

Tercero, la “ilusión de reparar el huevo roto”, mediante el establecimiento de “metas imposibles” y el “desprecio por la factibilidad que advierte de límites críticos a los deseos e intenciones”.

Cuarto, el “autoencarcelamiento” en las propias metas: otra forma de cerrar la ventanilla a las correcciones que sugiere la realidad.

Quinto: la generación de “inercias que se vuelven compromisos: el ego se interpone a la sensatez”. Absurdo pero muy humano: mientras más camino andado en el rumbo incorrecto, más penoso y más caro políticamente corregir.

La “mirada Tuchmann” sobre la historia debe parecer a los mexicanos de hoy sorprendentemente familiar.