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Al margen de la ignorancia, impericia y mentiras en el gabinete de Seguridad y con las proporciones debidas, el culiacanazo es para México lo que el 11/S para Estados Unidos: allá, con el demencial uso de aviones de pasajeros como misiles, acá con la súbita reacción de gente dispuesta a cometer una colosal carnicería que incluyera familias de militares adscritos a esa plaza.

En EU tuvieron que replantearse la lucha contra el terrorismo, en México habrá que modificar al menos la mecánica de captura de otros capos relevantes.

Como se sabe, el intento de detención de Ovidio Guzmán López respondió, jurídicamente, a una solicitud de extradición del gobierno gringo.

Normal en la relación y compromisos bilaterales, agentes de ambos países participaron en lo que acabó en desastre pero, contra la afirmación de que la DEA tuvo la iniciativa o la voz cantante, fue personal de inteligencia del Ejército mexicano quien detectó las actividades sospechosas del hijo de El Chapo y que, ante la falta de elementos rotundos para intentar su detención, pasaron a los estadunidenses los indicios de actividades probablemente delictivas, y les sugirieron que fueran ellos quienes lo requirieran.

Además de comportamientos eventualmente delictivos, averiguaron que Guzmán López mantenía “bajo perfil”, se desplazaba sin escoltas ostensibles y acudía a tres domicilios, dos con impredecible frecuencia. Al tercero solía llegar a comer y fue en éste, en la única hora segura, al que arribó una treintena de soldados de élite con la instrucción de aprehenderlo, mientras otro centenar tendió en la periferia un círculo de protección, aguardando una orden judicial de cateo que pudo haber tardado hasta seis horas. Con esos militares iban también policías federales fogueados en actividades parecidas. Gracias a su elevada preparación, ninguno de ambos equipos (el que entró en la casa y el que lo resguardaba) fue penetrado por los atacantes ni resintió heridos, muertos o secuestrados, pero sí pudo abatir a un número impreciso de sicarios.

Nunca se previó que, simultáneamente, otros pandilleros matarían civiles, bloquearan vialidades, coparan a un puñado de soldados que custodiaban una pipa de combustible; que excarcelarían a más de 50 presidiarios y, menos aún, que asediaran y tirotearan la unidad habitacional del Ejército.

Lo de que también iban por el hermano Archivaldo es puro cuento.

Ovidio es yerno de Fidel Manuel Torres Félix, alias El M1, hermano de Javier El JT, considerado “brazo derecho” (lugarteniente, les llaman) de Ismael El Mayo Zambada. Desde el punto de vista legal, el joven jamás fue “detenido”, solo asegurado en tanto llegaba la orden de cateo, pero la inesperada y mortífera reacción de la banda hizo que, como en muchos percances automovilísticos, cada quien se quedara con su golpe. El reto ahora, como lo ven con gran preocupación en EU, es considerar que otra banda prominente, la Jalisco Nueva Generación, opera en 23 estados, en los cuales en cualquier localidad, o en varias, puede volver a saltar la liebre…