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Un akelarre guardado en los misterios de una cueva
Este es un cuadro de El Aquelarre, cuadro de Francisco Goya (Museo Lázaro Galdiano, Madrid).

El arroyo Orabidea erosionó la tierra y excavó un túnel natural que debe medir unos ciento veinte metros de largo y unos doce de alto, con dos galerías elevadas sobre su cauce.

La humedad se siente hasta los huesos y quizá se siente más, cuando se escuchan murmullos en euzkera “Sorginen Leizea” que significa la cueva de las brujas.

Un espacio que envuelve el encanto del misterio y el dolor de la brutalidad. Un lugar que anida la vida de alimañas que acompañan el sonido de las gotas de agua que se filtran y se escurren por la piedra. Mientras, la piel se eriza emulando el miedo que genera la palabra brujería.

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En los aires que recorren las estancias, podría ser que se escuchen las escenas que durante siglos llevaron a cabo los pobladores de la cercanía.

Con un poco de imaginación y un par de embrujos tal vez podríamos ver los ritos paganos y prácticas de medicina natural, poniendo por encima de todo una veneración a la tierra y a la fuerza de la naturaleza enraizada en la cultura.

Pero de pronto coimo si arrancaran de tajo las canciones y las fogatas, un helado viento evoca el momento cuando todo esto se vinculó al satanismo, porque la iglesia católica no lograba erradicar las costumbres curtidas en los pueblos de la zona.

Así quedaron escritas las formas de adoración que pasaron a la historia en letras llenas de Sangre. Usaron la palabra akelarre o sabbat que lleva connotaciones que denominan agrupación o reunión de brujas y brujos donde se llevaban acabo rituales, hechizos, o actos de invocación y adoración a Lucifer, cómo aparece en algunos escritos cristianos de la época.

Cabe mencionar que la religión judía santifica el sabbat como día de descanso obligatorio y que algunos gobernantes cristianos de la Edad Media, buscaron relacionar el descanso prescrito para darle tintes maléficos, transformando la actividad con un sentido satánico y brujeril. Así lo asociaron de forma peyorativa al judaísmo con prácticas demoniacas y acusándolos de ser adoradores del diablo. De tal es la envergadura que lleva en sus letras la palabra “Akelarre,” asociando una cosa con otra.

En la cueva donde se llevaban acabo estas reuniones, se decía pasaban ciertas cosas y aquí quedó grabado en los libros lo ocurrido, mientras los tambores enaltecían los rituales. Entretanto las danzas y el vino cubrían de sudor los cuerpos.

“Se va a buscar al nuevo brujo [dos o tres horas antes de media noche], se le frotan las manos, el rostro, el pecho, las partes pudendas y la planta de los pies con agua verdosa y fétida, y luego se le hace volar por los aires hasta el lugar del akelarre aparece el demonio sentado en una especie de trono; tiene el aspecto de un hombre negro, con cuernos que iluminan la escena; el recién llegado reniega de la fe de Cristo, reconoce al demonio como dios y señor y le adora besándole la mano izquierda, la boca, el pecho y las partes pudendas; el demonio se da la vuelta y muestra su trasero, que el brujo ha de besar también.”*

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“El neófito es marcado con una uña por el mismo Demonio, sacándole sangre en una vasija. También le imprime una marca en la retina del ojo: la consabida figura del sapo, acabado de hazer el reniego, el Demonio y demás Brujos ancianos que están presentes, advierten al novicio que no ha de nombrar el nombre de Jesus, ni de la Santa virgen María, ni se ha de persignar, ni santiguar”.**

Si pudiera entrar en el espacio, embeberme con el movimiento de las llamas de los fuegos, re significar las danzas, luego mirar la paleta de las ideas civilizatorias, observar cómo a brochazos fueron colocando elementos inexistentes. Si pudiera entrar viendo una cosa y ahora a letras cambiar el contendido hasta volverla una bacanal orgiástica, podría mirar cómo en una obra de teatro, se van representando las escenas de Dante en el infierno.

Eso hacemos cuando queremos desvirtuar con el afán de culturizar aquello que nos parece equivocado. La forma de acabar con formas a raja tabla comienza quizá con infundir miedo, cambiar el sentido de las cosas y repetirlo tanto, que una mentira termina volviéndose verdad.

¿Pero dónde queda este lugar tan emblemático? ¿ Qué fue lo qué pasó para dejar semejante impronta sobre su tierra?

Es Zugarramurdi un pequeño lugar que hoy perteneciente a Navarra. Se ubica en la comarca del Baztán, cerca del pueblo francés de Sare, y cuenta con poco más de doscientos habitantes.

Con la dureza de la vida a cuestas durante siglos, el quehacer cotidiano se pintaba a pinceladas con el afán de los pobladores para levantarse al alba ordeñando sus cabras y laborando la tierra. Pese a la inclemencia del tiempo, a la severidad de algunas hambrunas y las invasiones de otros pueblos, durante algunas décadas hubo momentos donde reinaba la santa paz.

Cuentan que todo cambio hacia 1608, cuando narran que una mujer joven que había estado trabajando en Labourd, contó que se había unido a un grupo de personas que practicaban la brujería, entre las que se encontraba una vecina de Zugarramurdi de nombre María de Jureteguía, según dijo y le creyeron.

Las voces corrieron como polvorín, hasta que la noticia llegó al tribunal del Santo Oficio en Logroño.

Dispuestos a terminar con todos los ritos paganos, a satanizar cada vez más a los pueblos que tenían creencias distintas como el pueblo judío entre otros; enviaron a dos inquisidores que en pocos días consiguieron que cuatro mujeres confesasen ser brujas después de someterlas a torturas y arduos interrogatorios.

Se dice que días después con raro atuendo, hablando una lengua ininteligible, bajaron de las montañas unos montañeses cansados y maltrechos llamando a las puertas de la prisión . El grupo estaba compuesto entre muchos por Graciana de Yriart (más conocida como Graciana de Barrenechea, esposa de Miguel de Goyburn) y de sus dos hijas, Estevania y María.

Cuando se presentaron ante el tribunal afirmaron que acudían a pedir justicia, entre las presas ninguna era bruja y si lo habían confesado al vicario de Zugarramurdi “era porque los apretaron y amenazaron mucho si no los dezian”.

Pero el guía que las había acompañado a Logroño tradujo omitiendo palabras donde lo negaban y quedó por escrito la confesión de que eran brujas y decidieron encarcelarlas.

Al final parece que murieron once, quemados seis mujeres en la hoguera y otras al parecer en los interrogatorios.

Con premura se volvió aquello una locura, cientos interrogados llevados al tribunal, hasta que la iglesia mandó a hacer una investigación exhaustiva.

A la pesadilla que un murmullo enardecido por el odio, se había desatado una montería de dolor. Parecía todo fuera de control y con esta nueva Intervención se dio por terminada la cacería.

“Ometimos culpa el tribunal… [al no reconocer] la ambigüedad y perplejidad de la materia. Cometimos [defectos] en la fidelidad y recto modo de proceder… en que no escribíamos enteramente en los procesos circunstancias graves… ni las promesas de libertad que les hacíamos, careaciones entre sí… y otras sugerencias para que acabasen de confesar toda la culpa que queríamos, reduciéndonos nosotros mismos a escribir sólo para llevar mayor consonancia de hacerlos culpados y delincuentes. Tanto que también por esto dejamos de escribir muchas revocaciones”***

Hoy estamos en siglo XXI la modernidad a borrado los aconteceres por omisión, por necesidad o por dominio. Quedan acaso los ecos de los gritos de aquellos torturados y quemados en la hoguera, si ponemos atención.

La cueva se yergue en el paisaje destilando aires de lo que pasó entre sus piedras. Acaso se vuelve testigo de aquello que no puede manifestarse porque se ha borrado del consciente colectivo.

En las piedras queda guardado el recuerdo, la cueva sigue ahí y se quedará con su misterio anclado en las extrañas.

Se cubre de un halo lleno de embrujos, ahí donde las palabras que hoy se viven distinto, van tiñendo de significados en la palabra AKELARRE.

Y yo como siempre me quedo con el cuerpo vibrando mientras narro, me ebulle la sangre bañada de ansiedad, mientras intento no escuchar los gritos que me traje de un espacio que no conozco, pero que de pronto siento tan mío.

DZ

* Así resume el acto del aquelarre Joseph Pérez historiador hispanista francés.

**Según la relación en el panfleto de Juan de Mongastón. Auto de Fe de Logroño de 1610.

*** Alfonso de Salazar y Farías Inquisidor