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Sofía Kovalevskaya

No hay cosa que mas emoción me dé, que imaginar o creer que cruzo el espacio de una realidad tangente a otra, una que está en algún otro lado, donde todo es posible, como en “El País de las Maravillas” de Carl Lewis. Yo no accedo a través del tronco de un árbol, simplemente cierro los ojos y escucho el latido de mi corazón.

Me apasionan las vidas de aquellos que han moldeado la existencia con sus aportaciones y más si estas son mujeres, de estas que pocos conocen y que han logrado reaparecer entre los libros en forma de letras, cuando al colectivo no le queda de otra que honrar su existencia.

Esta vez, me interno en buscar información acerca de una mujer que gozaba con sus ecuaciones, tenia una capacidad extraordinaria para transformar el mundo de lo intangible, en posibilidades matemáticas para demostrar teoremas, analíticos, pero además era escritora, critica de arte y tantas cosas más.

¿La época? me traslado a 1890. Es Rusia y yo me visto para ir a entrevistar a una mujer extraordinaria, le he mandado una misiva imaginaria y me ha contestado, pues en mi mente gobierno yo y me puedo dar ese lujo.

Me adentro en el espacio, cruzo la calle, es invierno, el frio es insoportable. Llevo unos zapatos incomodos hechos a mano que hacen un chasquido chistoso, al contacto con la acera congelada. Por debajo de la ropa, me he colocado cuanto trapo he encontrado para mitigar el aire que me entume los huesos. Los guantes no son suficiente y siento mis dedos congelados. Si digo que en verdad puedo recrear esa sensación, nadie me creería, pero de pronto me duelen como si en verdad estuviera ahí. Estoy nerviosa, me aliso la falda y toco a la puerta.

Me recibe una mujer de facciones finas, me parece que es más hermosa que los retratos que he visto de ella. Me invita a pasar, la casa huele a leña, me quito el pesado abrigo, el gorro alto. Muy a mi pesar los dos son de piel de oso, en esa época no había sintéticos con los que pueda transformarlo. Me pasa a una habitación decorada con cuidado, los muebles son hermosos. Estoy un poco incomoda, no estoy acostumbrada a usar el corsé y me cuestiono cómo es posible que lo usaran.

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Me invita a sentarme.

“¿Té?”
“Sí gracias.” Contesto y hago alarde de mis maneras refinadas aprendidas en un manual de comportamiento de la época, que me encontré en un librero alguna vez.

“Qué hermosa casa”. Le digo para sacarle una sonrisa y poder comenzar más cómoda a preguntarle. Me he hecho pasar por periodista, espero que ahí donde este ahora, perdone mi atrevimiento, pues en verdad no lo soy. Quizá sea un ciudadano de a pie apasionada por aprender y sin ningún titulo más que el del atrevimiento. Me coloco en una silla, saco un cuaderno y comienzo a escribir con una pluma que entinto sobre mis piernas.

“Gracias por recibirme, espero que lo que publique sea de su agrado. De donde vengo, habrá algunos que puedan interesarse por su vida, desde luego pasaran más de cien años para que esto suceda.” Ella pone cara de incógnita, pero no le da mucha importancia a la confusión que le genera mi comentario y yo escurro la mirada hacia la alfombra pidiendo que mi estupidez no enfríe tan extraordinaria oportunidad.

“Cuénteme sobre su niñez” le digo y ella cierra los ojos, buscando en algún archivo de su mente las fechas y los lugares para ponérmelos ahí y que yo pueda hilar la historia.

Nací en Moscú un 15 de enero de 1850 donde seguramente hacia un frio terrible como el de hoy. Me llamaron Sofía Vassilíevna Korvin-Kruskosyskaya, pero me gusta Sonia, porque así me apodaron de niña y aprovecho para que me tutees.

Papá era general de artillería y mamá Elizaveta Shubert veinte años más joven que él, mi abuelo era un astrónomo de origen alemán llamado Fiodor Fiodorovitch Schubert. Por el lado de mi madre soy descendiente de Matías Corvino, rey de Hungría, pero por casarse con una gitana perdió el titulo hereditario de príncipe.

Mis padres tuvieron la suerte de pertenecer a la nobleza rusa y frecuentaban los ambientes intelectuales de esa época. Al casarse tuvieron tres hijos, yo soy la de en medio, Aniuta es seis años mayor que yo y Feida tres años mas pequeño. Tuvimos una infancia cómoda y llena de momentos maravillosos.

Cuando cumplí seis años, papá se retiro del ejercito y nos fuimos a Palibilino en Bielorrusia, a una hacienda de la familia en el campo. Tenia un tío llamado Piotr que nos visitaba con frecuencia y me introdujo al espectacular mundo de la ciencia. Despertó en mi una curiosidad por la cuadratura del circulo, la noción de asintonía, entre otras consideraciones sobre el infinito.

En esa época no había suficiente papel tapiz para todas las habitaciones de nuestra casa, así que el cuarto donde dormía con mi hermana fue empapelado con un libro litografiado de Ostagradski que estaba lleno de formulas matemáticas de calculo diferencial e integral. ¿Sabes?, sin darme cuenta me fui familiarizado con muchas fórmulas matemáticas, y a pesar de que carecían de sentido en aquel momento, cuando comencé a estudiar esos conceptos, tuve la sensación de que ya los conocía.
Mi papá freno mis estudios cuando cumplí trece años, ser mujer con intereses de este tipo era mal visto, pero me las ingenié. Encontré una copia de un libro llamado Eléments d´ Algébre de Bourdin y lo mantenía escondido para leerlo cuando toda la casa dormía.

Un día, un vecino profesor de física, Nikolai Nikanorovich Tyrtov, dejó en casa, una copia de su nuevo libro que de inmediato comencé a estudiar. En una tertulia familiar Nikolai escuchó mis deducciones sobre su trabajo y recomendó a papá que me facilitara la posibilidad de estudiar matemáticas. Y fui afortunada pues en 1865, nos fuimos San Petersburgo para que mi hermano menor y yo pudiéramos seguir estudiando.

Así conocí la geometría analítica y el calculo infinitesimal, Alexandre Nikoláyevitch Strannoliubski fue mi maestro y me sentí profundamente agradecida.

Por entonces, entre la juventud, había surgido un movimiento denominado nihilismo, que buscaba la liberación de los esclavos, la emancipación de la mujer y ponía gran énfasis en la importancia de la educación y de la ciencia, además de cuestionar a la autoridad.

Como estaba prohibido el acceso de las mujeres a la universidad, encontramos una forma muy curiosa para salir de esa encrucijada y poder estudiar. La estrategia consistía en convencer a un joven, que compartiera estas mismas ideas y contraer un matrimonio de conveniencia. Acompañaba a mi hermana Aniuta y sus amigas, aunque eran mayores que yo, a estas reuniones. Y un día, Vladimir Kovalevski un joven que quería continuar sus estudios en Alemania, fue el elegido por mi hermana. Pero él dijo que aceptaba el juego, pero era con conmigo con quien quería casarse. Aniuta no quedo muy feliz.

¿Te imaginas la cara de papá? Al principio se negó, yo solo tenia dieciocho años, pero logramos convencerlo y nos casamos ese mismo año. Nos fuimos a Heidelberg pero no había oportunidad para que yo estudiara, pues no aceptaban a mujeres en la universidad, pero convencí al director que me aceptara como oyente. De pronto llego el otoño de 1870, decidí ir a Berlín para estudiar con Katl Weierstrass, a quien considero, el padre del análisis matemático.

Pero me tope nuevamente con una pared, pues ahí ni de oyente podía asistir, así que hable con Weierstrass y le pedí me diera clases particulares. Obviamente se rio, pero me puso a prueba dándome un conjunto de problemas preparados para sus alumnos más avanzados y una semana más tarde, regrese con los problemas resueltos. Fue enorme mi sorpresa cuando me acepto por cuatro años, como alumna particular y mi agradecimiento siempre ha sido eterno pues jamás me cobro.”

Sonia suspiro me miro fijamente y con los ojos enardecidos me dijo. “ Weierstrass me impulso, me llevo a presentar un doctorado de la manera mas inusual, convenciendo a las autoridades de la universidad que mi examen fuera; tres trabajos de investigación entregados (La teoría de ecuaciones en derivadas parciales, el segundo, suplementos y observaciones a las investigaciones de Laplace sobre la forma de los anillos de Saturno y el tercero que fue sobre la reducción de una determinada clase de integrales abelianas de tercer orden a integrales elípticas). Lo mas sorprendente, fue que lo aceptaron sin examen oral y mi gran amigo lo consiguió. Con el primer trabajo como tesis doctoral me galardonaron doctora cum laude”.

Tome un sorbo de mi té, estaba embelesada con su seguridad, la mano la tenia cansada de apuntar a una velocidad sorprendente con todo y que use taquimecanografía. He de aclarar que en este mundo no sé cómo es, pero en mi imaginario puedo hasta volar si se me da la gana.

Sofía continuo, ahora había un tono de desencanto que poco a poco se fue permeando hasta en su postura. “Muchos títulos y ninguna oportunidad de trabajo para mi, así que mi esposo y yo regresamos a Rusia. A mi regreso papá murió y sumida en una depresión profunda encontré consuelo en los brazos de mi esposo con el que comencé una relación amorosa; quien lo diría.

En San Petersburgo, llevamos una vida mundana repleta de fiestas y de lujo. Abandone las matemáticas y me dedique a la literatura, escribía en el periódico artículos científicos y me atreví a hacer criticas sobre teatro. Vladimir tenía una editorial en la que publicaba obras de popularización científica. Y en 1878 nació nuestra hija, Fufa.
En enero de 1880 me invitaron a Chevichev a dar una conferencia para el Sexto Congreso de Ciencias Naturales. Erigí una disertación sobre integrales abelinas. Entre el público, estaba Gösta Mittag-Leffler, qué había sido alumno de Weierstrass, él había ido al congreso para escucharme y convencerme para que reanudara mi trabajo en el mundo de las matemáticas.

Decidí hacer caso y continuar en el extranjero. En Berlín, Weierstrass me pidió que trabajara sobre la propagación de la luz en un medio cristalino, y de ahí me fui a París donde conocí a Hermite, Poincaré y Picard, me sentí emocionada cuando me nombraron miembro de la Sociedad Matemática.

El 15 de abril de 1883 murió el amor de mi vida y ese mismo año me aceptaron como profesora en la Universidad de Estocolmo. El puesto docente que me ofrecieron durante ese primer año, no era remunerado, me pagaban mis alumnos y lograba sacar recursos a través de una suscripción popular. Se publicó en la prensa que yo daba clases y un periódico ponía en sus encabezados “La princesa de la ciencia” cosa a la que yo replique: ¡Una princesa…! Si tan sólo me asignaran un salario”. Pero al siguiente curso fui nombrada oficialmente profesora por un periodo de cinco años.
Colabore en la redacción del Acta Mathematica, una revista internacional fundada por mi amigo Mittag-Leffler en 1882.

Cuatro años después, en un viaje a París, decidí ocuparme de un problema matemático con el que podía obtener el Premio Bordin de la Academia de Ciencias de París. En esos primeros meses me encontré casualmente con Maáxime Kovalevski, pariente lejano de mi marido. Desde el principio sentí por él una gran simpatía y admiración y poco a poco se convirtió en un amor apasionado. Durante todo ese año, estuve lidiando en una lucha continua, entre mi pasión por él y mi trabajo matemático”.

Le fue imposible no sonreír y sonrojarse, pude adivinar el latido de su corazón, acelerado.

“En la víspera de Navidad dos años después, la Academia de Ciencias de París, me dio el Premio Bordin por mi trabajo: Sobre el problema de la rotación de un cuerpo alrededor de un punto fijo. Y gané dos mil francos que me fueron dados junto con el premio. Esta distinción científica no era sólo una de las más grandes que una mujer había recibido jamás, sino que también era una de las más altas que cualquier hombre hubiera querido alcanzar.”

Mi admiración fue creciendo mientras continúo contándome sobre su trabajo, he de confesar que no entendía prácticamente nada, pues lo mío no esta en ese departamento.

Continuamos charlando por un par de horas más y cuando la noche cayó sobre la ciudad, llego el momento de partir. Nos despedimos como si nos hubiéramos conocido y salí por la puerta mientras la noche me abrazaba. Mi emoción era tan grande que ni siquiera sentí el frio.

Sus biógrafos rellenan el espacio después de mi estancia y hablan que en 1889 la nombraron profesora vitalicia en Estocolmo y miembro honorífico en la academia de Ciencias de San Petersburgo. Uno de sus trabajos le llevo a ganar mil quinientas coronas por la Academia Sueca.

Dos años mas tarde una enfermedad se cobro en su salud y murió el 10 de febrero de 1891. Llegaron telegramas de todo el mundo, artistas e intelectuales y los periódicos se llenaron hablando de ella.

Suspiro y quedo agradecida con esta oportunidad de escribir sobre ella, de ensalzar su trabajo y reconocerla como la mujer que fue. Solo en el mundo de las matemáticas le conocen, quizá ahora se adentre en otros espacios para que se hable de ella.

DZ

Sofía Kovalevskaya - dzdz1