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“Motezuma” la opera perdida de Vivaldi

Ataviados con sus mejores galas, los nobles de la espectacular Venecia, camina los pasillos alfombrados del Teatro Sant’ Angelo.

Los boletos se vendieron como pan caliente apenas salieron y el letrero de agotado se puso en la entrada antes del gran estreno. Veo una mujer con vestido de raso rojo bordado en hilos de seda que impulsa las pesadas enaguas para subir la escalera, lleva unas perlas negras pegados al cuello traídas de China. La elegancia de las esferas de la alta sociedad de esta época siempre me ha fascinado pero esta vez, no me he transformado en un personaje, no me pongo el corsé que tanto odio cada vez que viajo en el tiempo y descanso de las enaguas y zapatos incómodos.

Esta vez decido ser música, ser las notas que despiden los violines en la sala y perderme ahí donde la piel y los sentidos van encumbrando una experiencia delirante, donde los vibratos de ciertas notas y la acústica del espacio, añaden una pasión indescriptible al sonido y me impulsa a sentir que puedo tocar a Dios.

Colándose entre los pasillos comienza a escucharse el sonido sin armonía de los instrumentos, van afinado las cuerdas, se escucha el oboe, el piccolo y el fargot. Están a punto de llamar la tercera llamada.

Los hombres con casaca, calzones y chupa huelen a colonia para disimular los malos olores, estos se mezclan con el que despide el cuero viejo de las sillas. Hay un cierto olor a sobaco y a rancio inevitable en los lugares encerrados y mas cuando el baño diario no es costumbre.

El asiduo público se agolpa expectante, ávido de presenciar el estreno mundial de la más reciente y última ópera compuesta por el monumental e insigne violinista, sacerdote y compositor italiano Antonio Lucio Vivaldi. El Sant’ Angelo es un recinto musical de primer orden y hace varios años que Vivaldi no presenta algo suyo en este lugar.

La sala se vuelve obscura comienza “Motezuma” el título original en italiano, un dramma per música en tres actos. Hoy es 14 de noviembre de 1733 el frío de la calle se escabulle por ciertas rendijas del techo refrescando el calor humano. Y las pelucas altas de hombres y mujeres son un verdadero estorbo.

Se hace el silencio, se escucha la batuta del director golpear, hasta la fila de atrás se oyen de las páginas de la partitura, los instrumentos sinfónicos, de viento madrea, de viento metal, los de percusión y cuerda están listos, ochenta músicos cierran los ojos para concentrase.

Expectantes de curiosidad todos están esperando escuchar el tan sonado libreto de Girolamo Giusti, basado en el libro Historia de la conquista de México, población y progresos de la América septentrional, conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de Solís y Rivadeneyra, publicado en 1684 en Madrid. Usa como argumento por primera vez en la historia de la ópera, la conquista de América, esto ha generado todo un revuelo en las calles de Venecia.

Vivaldi, también llamado il Prete Rosso (el Cura Rojo) por ser pelirrojo y ministro religioso, ha roto con los cánones de los establecido poniendo un tema escapando de lo común de la época. Lo habitual era abordar dilemas románticos o asuntos que tenían que ver con la mitología griega. En cambio, decidió poner en escena el drama del gran tlatoani de los aztecas: Moctezuma II.

Comienzan los instrumentos de cuerdas pulsada en pizzicato, van tocando mientras se escucha el pellizcar de las cuerdas con las yemas de los dedos. La voz del tenor va marcando el reciativo ahí donde la voz se caracteriza por tener inflexiones al dialogar, comienza narrando las últimas horas del emperador azteca prisionero del conquistador Hernán Cortés, a quien en la ópera llaman Fernando.

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El tenor en acordes pausados muestra a Motezuma oculto en su palacio, poco a poco la tensión se va marcando en notas que van entonando con gran maestría el impasse donde Mitrena su esposa y su hija Teutile están considerando suicidarse. Vuelo por la sala, voy viendo la tensión de los músculos del publico, las notas musicales van exacerbando más la emoción.

El emperador aparece encarcelado por los españoles, el vestuario es extraño pues lleno de plumas en esa época no se usaba el pecho desnudo de los hombres así que se ve como un pájaro, lo han maquillado de obscuro y le han puesto un bigote insípido sobre los labios.

Las notas románticas van entretejiéndose poco a poco para ir moderando las sensaciones hasta llevar de la mano a plasmar el amor prohibido entre Teutile y Ramiro (hermano de Fernando) y es la fuerza de este sentimiento lo que le impide a ella tener el valor necesario para quitarse la vida.

Las disputas entre los protagonistas, se marcan con el golpe de los tambores, se mezclan las voces meso sopranos, tenores, los españoles vencen la batalla definitiva, aunque Fernando permanece atrapado en una torre asediada por Asprano un personaje que emula a un guerrero Azteca.

Mientras los mexicas interrogan al oráculo, yo me fundo en las notas viajando por toda la sala, los soles sostenidos se envuelven en la piel erizándola, evocando sensaciones que tocan la tensión de la escena. El hombre vestido de chaman responde que deberán sacrificar un español y que Teutile podrá entonces proteger el reino. Las caras de terror se muestran viviendo la escena como si en verdad estuviera sucediendo.

Fernando es salvado por su hermano, gracias a una salida secreta antes de que Asprano reduzca la torre a cenizas, los instrumentos se vuelven un impulso para que corra a salvar a su amada Teutile.

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Aquí los oboes se escuchan con fuerza, yo vuelo con la marcha que marcan las notas. Numerosas intrigas envuelven las voces de cada uno de los artistas, la tensión vibra en cada asiento de la sala y llega su momento cumbre con un Do sobreagudo que es la nota mas alta de la tesitura del tenor. De pronto las líneas vocales de la soprano parecen carentes de virtuosismo y son apoyadas por armonías simples, tratando de borrar los errores, pero el público conocedor no perdona y más tarde castigará la puesta en escena.

Los instrumentos van bajando la intensidad, se escuchan las flautas melodiosas, nuevamente el tenor marca el momento en que Fernando fija la boda de Ramiro y Teutile.

Las cuerdas como cascada muestran el camino para que Motezuma y Mitrena muestren a la audiencia que el oráculo no exigía un sacrificio humano, sino un matrimonio. Se escuchan los suspiros, hay un alivio evidente. La ópera culmina con Motezuma y Fernando haciendo las paces y volviendo este último cargado de gloria a su patria, mientras que Ramiro se queda para gobernar esas tierras en nombre de la corona.

Vaya final, uno que concordaba con los parámetros para las operas de finales felices de la época. Muy lejos del destino del ultimo emperador de los aztecas, quien, según algunas fuentes, murió linchado por su propio pueblo.

Y justo ahí en este final tan lejano de la realidad, van quedando las últimas notas, esos fas y res que se van difuminando con la voz cándida de la soprano.

Así me voy perdiendo también yo, pero antes de partir veo en un periódico las dolorosas crónicas que refirieron el estreno de la obra, con dureza apuntan que no fue lo que se esperaba. Se dijo que tuvo algunos errores de ejecución por parte de la soprano que interpretaba a Teutile.

Según decía el artículo, el público la consideró aburrida y reclamó la ausencia de por lo menos un dúo de amor o alguna danza. Vivaldi jamás la volvió a interpretar ni tampoco trabajó más con Alvise Giusti, por lo que la obra pasó sin pena ni gloria, incluso las partituras se perdieron en el tiempo, hasta 2002 que fueron encontradas solo a pedazos reconstruyendo los fragmentos que faltaban y reaperturando nuevamente con gran éxito en 2005 en Düsseldorf.

Esa noche del estreno también me volví música, notas que viajaron entre los aplausos de un público agradecido. Entre las butacas estaba el gran maestro, estuvo presente moviendo sus manos en cada acorde en su forma etérea de fantasma.

DZ