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Massachusetts bay, 11 de julio de 1761
Foto osgf.com

El sol abrazador me recuerda lo molesto que es traer una vestimenta que aprieta las costillas y el calzado incómodo apachurra mis enormes pies.

Las tablas del muelle rechinan con el paso de tantas personas que van y vienen. Es inevitable no sudar cuando hace tanto calor. El cielo azul se cubre con cientos de gaviotas que circundan los barcos cargados de esclavos. Estoy en el puerto de Massachusetts bay, hoy es 11 de julio de 1761, estoy esperando un barco llamado “The Phillis,” que trae mercancía humana de Gambia o Senegal, lo demás son pieles, maderas y una que otra piedra preciosa.

Saco una sombrilla de encaje para mitigar el sol. La piel se me eriza, escucho las cadenas arrastrando sobre el piso y acompañado un grito de “ARRE,” la quijada se me aprieta, no puedo levantar la mirada. He leído tanto sobre este capitulo de nuestra historia, he visto películas desgarradoras, que puedo entrar en el tiempo y encontrar mi lugar como si lo hubiera vivido, seres de piel tostada famélicos, con la mirada agachada, vendidos como productos, privados de libertad, obligados de facto a trabajar solo para poder subsistir a medias.

Massachusetts bay, 11 de julio de 1761 - 2-6
Foto britanica.com

Al final del muelle hay un espacio con una tarima, me acerco, hay un olor nauseabundo entre pescado y heces fecales. Se han reunido ya varios compradores ocupo un espacio, se aglomera la gente para comenzar el intercambio de mercancía.

Mientras espero, recuerdo datos que a veces son importantes para ilustrar ciertas cosas, aunque no siempre tengo buena memoria para esto, las olvido con facilidad después de leerlos o escucharlos. Pero este monto lo llevo grabado en el alma, pisar el suelo marcado por los grilletes de la esclavitud, genera un dolor en el pecho que es inevitable y es por eso que la emoción ancla cifras escalofriantes en mi memoria. Resulta ser que de acuerdo al Trans-Atlantic Slave Trade Data base, entre 1525 y 1866, se trasladaron al nuevo mundo 12.5 millones de seres humanos de África.

Después de cazarlos en su lugar de origen los enfilaban, amarrados por el cuello, de ahí golpeados, subyugados, iban al barracón para ser examinados. Se les revisaban los dientes, los brazos y ojos, se les sometía a pruebas físicas aberrantes para garantizar su calidad, poco menos que como se hace con los animales. Después eran echados a la cala de los barcos con grilletes en los pies, para no volver.

Murieron según dicen los registros 1.8 millones de seres durante la travesía, desembarcando el resto en América del Norte, el Caribe y América del Sur. Parte de la causa de tanta defunción se debió a que, para traer más esclavos construyeron en los barcos un piso más y hacinados en forma horizontal morían los de la punta del barco porque ahí no llegaba la cubeta y el gas de sus deshechos los asfixiaban.

Morían de hambre y enfermedades o porque cuando alguna vez los subían a la proa, se aventaban al mar prefiriendo la muerte, a saber, que no regresarían jamás.

Mientras estoy cavilando sobre estos datos ha llegado el barco, en menos de dos horas van bajando primero los bienes materiales, algunos marineros y por detrás empujados a golpes estos seres asustados de ojos deshidratados. Mientras los llevan a asearse con rapidez y separarlo por grupos, se acerca John Wheatley, un rico comerciante y sastre de Boston que quiere comprar una niña, como sirvienta para su esposa Susana.

La mercancía es variada 20 hombres 8 mujeres y 7 niños. Todos jóvenes y bastante fuertes, se ve que es lo mejor que ha llegado, porque los que siguen se ven mas flacos, estos no tienen los dientes completos. De pronto lo veo poner los ojos sobre una pequeña de unos ocho años de edad.

Pero hay una puja enorme, por lo menos seis ofertas de distintos señores. John eleva el monto dejando difícil de que alguien suba la apuesta. Así la transacción queda completada. La niña esta descalza le desabrochan el grillete del pie que deja la marca ensangrentada, le ponen una soga al cuello y el buen señor la lleva hasta su carroza. Le pide al cochero lo lleve a su casa. Y yo escurriendo lagrimas por todos, voy corriendo detrás, necesito seguirlo. No tengo la dirección de donde vive, así que le pido al chofer de un carruaje que lo siga. Al llegar a la bella casa veo que la niña esta cubierta por una cobija y no trae la soga. El Sr. Wheatley amablemente le pide que entre a la casa. Durante dos semanas voy trazando la manera de simpatizar con la esposa quiero ver a la pequeña.

Un instante, marca el rumbo de una vida, un encuentro un suspiro en el camino y desde ahí vamos tomando el curso de que los espacios que ocupemos en nuestra vida sean nutricios o no. Dicen que infancia es destino y cada vez más creo que, aunque no debería determinarnos, nos deja heridas que cargamos de una manera u otra.

Finalmente encuentro la forma de hacer amistad con Susana y una tarde me invita a tomar el té. Al entrar en la bella casa, veo muebles traídos de Europa, cortinas de pesados terciopelos y una vajilla exquisita traída de China, el esplendor de las familias acomodadas es de una elegancia espectacular. Mi anfitriona me cuenta que tiene una pequeña sirvienta llamada Phillis bautizada en honor al barco que la trasporto. Por su puesto llevaba el apellido Wheatley, como era costumbre para las personas esclavizadas llevar el apellido de sus amos. Susana me cuenta que la niña es muy inteligente, que Mary su hija se convirtió en su tutora y bajo su supervisión la niña lee y escribe en apenas unos meses. Poco a poco le han quitado las obligaciones de servidumbre para dedicarle mas esmero a su educación.

Para darle celeridad al tiempo en mis relatos me es fácil respirar y pensar en una fecha. Cambio mi vestimenta y quizá el peinado, sigo sentada en la sala tomando té y noto que las cortinas y el tapiz han sufrido una pequeña remodelación. La niña tiene ahora catorce años, Susanna me cuenta que desde los doce años leía los clásicos griegos y latinos también podía recitar de memoria pasajes difíciles de la Biblia. Pero lo que más le sorprende es que le gusta escribir y la manda a llamar, le pide que me recite uno de sus poemas.

Fue la misericordia la que me trajo de mi tierra pagana,
le enseñó a mi alma ignorante a entender que hay un Dios,
que hay un Salvador también:
no lo conocía ni lo buscaba, me redimió.
Algunos ven nuestra raza azabache con ojos de desprecio,
«Su color tiene un tinte diabólico».
Recuerden, cristianos, los negros, negro como Caín,
pueden ser refinados y unirse al tren angelical.

Después de esta ultima visita, regreso a mi tiempo, ahora tomo el té frente a mi escrito. Me apasionan las vidas de tantos seres, ella a los veinte años, fue interrogada por un tribunal de dieciocho ilustrados caballeros con toga y peluca.

Massachusetts bay, 11 de julio de 1761 - 3-5
Foto Wikipedia

Obligada a recitar textos de Virgilio y Milton y algunos pasajes de la Biblia. Le exigieron jurar que los poemas que había escrito no eran plagiados. Desde una silla, rindió su largo examen, hasta que el tribunal la aceptó: era mujer, era negra, era esclava, y poeta.

DZ

Phillis Wheatley, fue la primera escritora afroamericana en publicar un libro en los Estados Unidos.

Su vida es un primer reconocimiento en la historia de los Estados Unidos sobre la igualdad intelectual entre blancos y negros. Un chispazo que originó multitud de reivindicaciones en el lento proceso de aceptar que por ser, ser humanos tenían los mismos derechos a todos los demás.

Después de la muerte de los Wheatley, Phillis contrajo matrimonio con un negro liberto que se dedicaba a la venta de verduras. Luego de que su marido la abandonó, realizó tareas domésticas como sirvienta.

Ni el trabajo duro, ni su habilidad artística le brindarían prosperidad, muriendo a los 31 sumida en la más profunda pobreza. Su segundo volumen de poesías, en el que se encontraba trabajando antes de partir, se ha perdido.