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#LaPeorMamá. El choque
Foto de Archivo

Recuerdo muy bien cuando tenía yo unos 10 años, un día que íbamos con mi mamá hacia la escuela y chocó.

No me acuerdo ni qué coche tenía o contra quien chocó. Pero recuerdo que el de enfrente frenó y mi mamá no y pues nos embarramos.

Recuerdo su cara de enojo, de coraje, de “ya se me hizo tarde y los niños no van a llegar a la escuela y yo no voy a llegar al trabajo”.

Es algo que no se me ha olvidado, aunque ya no está tan fresco.

He chocado un par de veces en mi vida, bueno quizá unas cuantas más de un par. Pero jamás con mis hijos. Es más, no había chocado desde que estaba en la universidad (hace 2 o 3 años, jaja bueno hace 20).

El chiste es que un miércoles, día que me toca llevar a los chamacos a la escuela veníamos bajando en el elevador platicando de que a mi hija le había estado doliendo la cabeza y que la maestra le sugirió que fuéramos al oftalmólogo porque igual y era algo de los ojos.

Nos subimos al coche, mientras yo pensaba a donde la llevaré a consulta, con quién, etc, cuando de pronto se escucha un ruido espantoso que intentaré describir. Roce metal contra cemento tipo rasgadura.

– ¡No! ¡No, no, no! – evidentemente entre esos ‘no’ fueron intercaladas dos que tres, que treinta y tres palabras altisonantes.

Bajo la ventana y veo mi puerta incrustada en la hermosa columna del estacionamiento. Esa que odio desde el minuto uno que llegue a vivir aquí pero que jamás se había metido en mi camino.

Ni para atrás ni para adelante. Estaba yo incrustada ahí. Total que le doy para adelante para poder salir de ahí. Me bajo y veo el tremendo golpe, desde la puerta de atrás hasta la facia trasera.

Vinieron otros novecientos ¡No! ¡No puede ser! Me dije desde mensa, que por cierto era la palabra más fuerte que usaba mi abuela y que hasta la fecha me pesa decirla, hasta ya sabrán que otros adjetivos.

En eso escucho a mi hija de 7 decirme:
– Perdón, mamá, perdón.
– Perdón ¿por qué? Tú no hiciste nada.
– Te venía platicando. Fue mi culpa.
– Por supuesto que no fue tu culpa. Yo me distraje. La que tiene que prestar atención soy yo.

Me detuve por un momento intentando frenar mi enojo y frustración para que se calmara y que entendiera que en verdad ella no tenía culpa alguna.

– Corazón. Fue un accidente. Lo importante es que estamos bien y que no fue contra otro coche. Que no hay nadie herido. Lo material se arregla. Me da coraje no haber prestado más atención. Me da coraje tener que gastar dinero en arreglar el coche pero todos estamos bien.

Total, salimos del estacionamiento, yo con el coraje de darme cuenta que me embarré porque salí hacia el lado equivocado, por venir pensando en mil cosas y no prestar atención. Y martirizándome con que de dónde sacaré dinero para pagar el golpe cuando de pronto la chamaca me dice.

– Mami. Si quieres hacemos mucha limonada y te ayudo a venderla para que puedas pagar el taller.
Derretida quedé.

Sigo en trauma, aun no arreglo el coche porque la cita en el taller resultó tardar una eternidad así que tengo un recordatorio diario de mi tarugada pero ahora sé que tengo una hija muy comprensiva, generosa y considerada.

Gracias por leer
#LaPeorMamá