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Fantasmas de las minas de carbón
Fantasmas de las minas de carbón. Foto: Findinterestingplaces.

Puedo imaginar los bosques repletos de árboles, sus copas altas tocándose con el viento, en algún momento de la historia, si una ardilla quería cruzar de España a Rusia sin tocar el piso podía hacerlo, pero el uso de la madera como combustible, además de la que se necesitaba para construcción, fabricar muebles, hacer papel y tantas otras cosas más, fue agotando tan rico recurso dejando enormes campos para el cultivo. Pronto hubo que encontrar con que sustituirlo.

Durante más de 100 años, el combustible de la revolución industrial que puso a Gran Bretaña en la vanguardia en los siglos XIX y principios del XX fue el carbón, éste proporcionó una fuente de energía hambrienta para las máquinas de vapor, que para mi sorpresa, fueron inventadas para poder explotar las minas de carbón a mayor profundidad, y bombear el agua de las inundaciones fuera de los pozos.

Sin duda fue el mayor invento de la Revolución Industrial. Éste transformó todo tipo de tareas y transportes, en muchos casos sustituyendo la fuerza humana, volviéndolo un recurso más barato y constante en las máquinas.

Mientras los grandes beneficios de esta riqueza se cobraban en avances extraordinarios, una espesa niebla llamada «Sopa de guisantes» cubría las calles de Londres a principios del siglo XX. Se expandía como una nata asesina entre las calles, causando grandes afecciones en la población ya que las partículas de hollín y dióxido de sulfuro, producido por la quema de carbón en hogares y fábricas era inevitable.

La población más vulnerable como ancianos, enfermos y niños, padecían de problemas respiratorios crónicos, y no había forma de escapar de ella. Esta asfixiante polución culminó en la Gran Niebla de 1952 donde no hubo vientos que limpiaran, aunque fuera un poco, y aunque se implementó una legislación para limpiar el aire 4 años después, aparecieron cifras que marcaban la muerte de unas 12.000 personas.

En Inglaterra había cuatro yacimientos principales de carbón: el sur de Gales, el sur de Escocia, Lancashire y Northumberland. Producían carbón de gran calidad y todas estaban convenientemente situadas cerca de vías navegables de uno u otro tipo que podían transportarlo a otras regiones.

La historia de la esclavitud en las minas de carbón sin duda es dolorosa, miles de personas forzadas a trabajar en condiciones de servidumbre, mostrando una de las manifestaciones más crueles y opresivas de la trata de personas y la explotación laboral.

Obligados a trabajar en condiciones inhumanas, sin recibir salario o compensación adecuada, enfrentaban un trato brutal por parte de los propietarios de las minas o de quienes las controlaban. Había niños y mujeres que cumplían las mismas jornadas recibiendo menos sueldo si es que se les pagaba. Hombres, niños y mujeres cargaban o arrastraban el carbón de las minas, generando una explotación humana inimaginable.

Esta actividad ha traspasado el tiempo, y sigue doliendo sobre todo donde las normas laborales y los derechos de los trabajadores, no están adecuadamente protegidos.

En un artículo que leí decía que, “por suerte la situación fue evolucionando poco a poco hasta que se utilizaron «pit ponies»”.

Esta frase me generó escozor, una especie de asombro doloroso porque es justo esta mirada la que nos ha traído hasta aquí. Un mundo lleno de razones para pensar, que el avance tecnológico puede justificar nuestro estilo de vida, y que además ahora ya no son solo seres humanos los que sufren por esta esclavitud, pero si son animales pues no pasa nada, al fin son menores en la escala de valor y fueron creados para nuestro uso, segun las creencias populares.

Los «pit ponies» se convirtieron en valiosos activos, caballos que eran regulados en las Islas Británicas, que trabajaban turnos de 8 horas cada día, transportando 30 toneladas por estrechos túneles en el interior de la mina. Nacían, se criaban y se ponían a trabajar viviendo en la oscuridad bajo tierra, confiando en sus instintos y en la guía de sus compañeros humanos, conocidos como “cogantes” o “congojos” que los cuidaban y los manejaban.

Me duele imaginar una existencia sin haber visto nunca la luz del sol, ni sentir el aire fresco, cargando todos los días pesos tremendos, respirando los gases de las entrañas de la tierra, teniendo espacios limitados para moverse y muriendo de extenuación, e incluso perdiendo la vida junto a los mineros en los derrumbes que a veces hacían temblar la tierra.

Sin duda, puedo imaginar que al tener un valor tan grande los alimentaban bien y los cuidaban, pero no deja de dolerme su explotación. Me parece deleznable que pensemos que el fin justifique los medios, y podamos creer que porque se les trataba bien, entonces se puede justificar su trato en la oscuridad, volviendo la mirada insensible a su sufrimiento.

El apogeo de los «pit ponies» fue en el año 1913, cuando se llegó a contar más de 70 mil repartidos por todas las minas de Gran Bretaña. Fueron de utilidad hasta el año 1999, cuando «Robbie» fue el último en retirarse. Cuando se extrajo carbón por primera vez en Estados Unidos, se importaron gran número de razas como ponis Shetland del norte de Escocia, para trabajar en las minas de Pensilvania, Ohio, Virginia Occidental y Kentucky.

Hoy los descendientes de estos pequeños ponis, se pueden encontrar con frecuencia pastando en las granjas cercanas, a las minas de carbón.

El 3 de diciembre de 1972, Ruby, el caballo del último minero, emergió de las minas a lo grande. Acompañada por una orquesta, Ruby, adornada con una corona de flores, salió de la oscuridad, simbolizando la conclusión de la era de los caballos mineros.

Para conmemorar su trabajo compartido bajo tierra, se erigió una composición escultórica denominada “Conogon” dentro del Museo-Reserva “Red Hill” y otra llamada Pit Pony, que es una enorme escultura de 200 metros de largo situada en Caerphilly, en Gales del Sur. La escultura se llama cariñosamente «Sultán», después de que un pony trabajara desde muy pequeño, en las minas locales transportando bañeras de carbón.

La escultura en sí, está construida de exquisito carbón de las mismas minas, como recordatorio de un pasado industrial que cambió Gran Bretaña y el mundo para siempre.

Es el asombro que va abriendo espacios en mi forma de ir tejiendo mi mirada del mundo, donde a medida que la curiosidad me abraza, entonces ahora no solo vendrán a mí las imágenes de la oscura Londres del siglo XIX y XX, sino que también estarán acompañada de los Ponies y su dolorosa existencia.

Por DZ

Claudia Gómez

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