Cordes-sur-Ciel

El viajero que, desde la terraza de Cordes, mira la noche de verano sabe así que no necesita ir más lejos y que, si quiere, la belleza de aquí, día tras día, le quitará toda soledad.
– Albert Camus

Hace frío y llueve, el olor que desprenden las piedras antiguas de los pueblos medievales, generan un sortilegio que se vive como si el tiempo se detuviera. Un impasse en la vertiginosidad de un mundo convulso, donde el ruido prima en todas partes.

Una brisa se cuela por la calle empinada que abre paso a la primera puerta, sigiloso aparece el primero de muchos gatos que circundan las calles y los tejados. Es justo ahí donde el encuentro surte su primer embate para mí, la piel se me eriza y los sentidos se me agudizan. Los gatos evocan magia, misterio, son fuente creativa para la mente humana que los ha llevado a los rituales satánicos y las imágenes de brujas malvadas con su caldero. A mí me parecen fascinantes y hay algo me pasa con ellos que generan una atracción hipnótica cuando me pierdo en lo profundo de sus ojos.

Será que encuentre algo mágico, escondido en este pueblo al que llegamos por voz de alguien, pues no estaba en nuestro itinerario. Lluvia tenue, temperatura por debajo de los 10 grados, nadie en las calles. Justo el escenario que me provoca, que impulsa mi asombro y mi curiosidad.

Así comenzó la escalada hacia lo alto de un monte ubicado en el departamento de Tarn, dentro de la región Midi-Pyrenées, en Francia, una de las joyas de la arquitectura y el urbanismo francés, con cuatro murallas concéntricas que se abren paso con sus fachadas góticas; un pueblo que invita a perderse en el tiempo y que roba el aliento.

Enfiladas se disponen a lo largo dos calles paralelas con un conjunto de pasadizos estrechos y tortuosos, que recuerdan un laberinto. Van siendo acompañados de puertas de madera fortificadas, fachadas esculpidas, pequeños rincones escondidos y el reloj que marca una hora que no coincide con la hora en curso, por encima de la segunda puerta.

Desde su nacimiento, los siglos habitualmente despiadados han salvado las piedras de esta ciudad vieja, que se aferra a su afloramiento rocoso, dejando abierta la imaginación para quien pueda transportarse poco menos de mil años para atrás.

En 1993 oficialmente se le añadió a Cordes el apelativo de Sur Ciel, remontando que en la Edad Media la ciudad de piedras había sido levantada sobre un promontorio que se elevaba al cielo, produciendo un vértigo de belleza cuando la neblina cubre la parte baja en algunos días de invierno y entonces el pueblo parece suspendido entre el cielo y la tierra.

Fortificado en 1222 con los recursos de Ramón II Conde de Toulouse, con el propósito de convertirse en un punto defensivo ante el avance de las tropas enviadas para luchar contra los cátaros. Ese movimiento religioso cristiano de carácter gnóstico que se diseminó por Europa Occidental a mediados del siglo XI y que logró arraigarse hacia el siglo XII.

Fueron creyentes de una teología dualista radical, basada en la creencia de que el universo estaba compuesto por dos mundos en absoluto conflicto, uno espiritual creado por Dios donde habitan las almas y otro material forjado por Satán, donde habitan las guerras y la iglesia católica que ellos la percibían como una herramienta de corrupción.

No creían en el bautismo, ni en los mandamientos, cosa que generaba un problema, ya que por el analfabetismo reinante, casi todas las transacciones comerciales y compromisos de fidelidad se basaban en juramentos. El modo de vida ascético predicado y practicado por los Prefectos contrastaba con la corrupción y el lujo ampliamente extendidos en la Iglesia católica. Así que no es de extrañarse que estos representaran una amenaza para la supervivencia de las diócesis católicas de esa zona, en un medio rural empobrecido y cansado de diezmos eclesiásticos.

Es importante mencionar la riqueza de los recursos naturales de la zona, había un comercio bullente originado por judios y la artesanía de gran calidad. Un buen bocado para los franceses de estos siglos. No practicaban la servidumbre, cualquiera podía convertirse en propietario de una tierra libre y podían acceder a la caballería, pues consideraban más sus méritos que su origen. Quienes dedicaban su vida a lo religioso, se imponian duras normas. Eran ascetas, vegetarianos, célibes, no recaudaban el diezmo, no tenían servicios religiosos y mantenían su oficio, ya fuera carpintero o herrero para cubrir sus gastos. No había distinción en los sexos para la vida religiosa, no había matrimonios obligados, creían en la reencarnación. Pero sobre todo creían que el amor lleva en sí mismo la “salvación.”
La Iglesia terminó por invocar el apoyo de la corona de Francia para lograr su erradicación violenta, a partir de 1209 mediante la Cruzada Albiguense, un genocidio emprendido por la más alta autoridad de la Cristiandad contra otros cristianos, y cuyo resultado fue más de un millón de muertos. Muertos que sumaron a un resultado doble; por una parte, la Iglesia romana reafirmó su poder sobre las conciencias y por otra parte, la corona francesa se enriqueció con numerosas provincias. Pero esto tomó lugar durante un siglo que suena como poco, hasta que en el siglo XIII, debilitado el movimiento tras la larga persecución, encorvado por la fuerza del brazo de Roma, entró en la clandestinidad y se fue extinguiendo poco a poco.

Quizá eran ideas demasiado revolucionarias y liberales para un mundo feudal. Detengo la mirada en la plaza techada donde se albergaba el mercado, la cruz de finales del siglo XIV recuerda la masacre de tres inquisidores, en 1233 precipitados a un pozo de una excepcional profundidad pues mide más de 113 metros y, su destacable construcción deja interrogantes de cómo fue hecho.

Pero de pronto sin saber de su existencia apareció para mí, el misterio de un libro que se encontró emparedado en la Casa Prunet, El manuscrito de las Suertes de los Apóstoles (siglo XIII), una recopilación de oráculos en lengua occitana. El original se conserva en la Biblioteca Nacional y el museo Charles Portal tiene una copia. He buscado el contenido sin suerte, tocando puertas sin ningún éxito, pero el tendero de una de las tiendas que venden productos de la región me dijo. “El secreto que esconde el manuscrito radica en ser pacientes, si el manuscrito quiere que lo encuentres te enseñara el camino.”

Y así fue, sucedió qué al salir de la tienda, observé la bandera roja con una cruz Cátara que ya conocía, y que nunca me había entrado la curiosidad por conocer a fondo su significado; en estas tierras es muy frecuente verla en fachadas, en puertas y en regalos para llevar como tazas, lápices, etc. Esta vez el mensaje del tendero me llevó a verla de otra manera.

La cruz de Languedoc es una cruz tricúspide curvilínea cuyos brazos terminan en tres puntas, representada únicamente por su contorno y terminada en círculos rellenos. Vacía por dentro muestra el carisma de sus seguidores en cuanto a lo material.

Lo más emblemático de esta cruz son sus círculos, bolas que pueden simbolizar muchas cosas cruzando el mundo griego y algunas culturas de oriente. Así se podrían leer los puntos cardinales en las partes más altas, los doce meses del año, las doce horas del día, los doce signos del zodiaco, los hijos de Gaia y Urano que fueron doce Titanes, o los doce trabajos de Hercules. Pero también podría ser que hablen de los doce apóstoles o los doce hijos de Jacob que dieron a luz a las doce tribus de Israel.

¿Acaso será que los números representados en cada bola corresponden a cada una de las horas del día, dispuestos de la misma manera que el reloj? Una cruz que encierra significados diversos, solares, zodiacales, incluso esotéricos es un regalo para quien goza en escudriñar lo que no tiene explicación.

Me parece que este es el primero de los mensajes para mí, pues la parte de la alquimia de lo sagrado mezclado con las ideas paganas, es fuente de inspiración en muchos de mis escritos. Quizá la búsqueda no esté en lo escondido, sino en lo que está a la mano, quizá el mensaje del manuscrito es que siguen aquí, que no pudieron acabar del todo con ellos.

He bajado la colina acompañada de un par de gatos cruzando las puertas, voy dejando mis pasos sobre las calles empedradas como improntas de mi energía. Me llevo la promesa de ser paciente y de poner atención a los indicios que el manuscrito me ponga en el camino. Es un hecho, los cátaros no desaparecieron, se fueron fundiendo en sus símbolos, generando un despertar por los antiguos recuerdos de Occitania, hundidos bajo los meandros de la historia y del inconsciente colectivo. Han dejado tantas preguntas sin respuestas, como lecciones no asimiladas, en ocasiones como a golpes de trompeta, otras de manera más discreta, más erudita, han sembrado un legado para quien quiera saber de ellos.

Algunas notas para enriquecer el relato

Despojad a los herejes de sus tierras. La fe ha desaparecido, la paz ha muerto, la peste herética y la cólera guerrera han cobrado nuevo aliento. Os prometo la remisión de vuestros pecados a fin de que pongáis coto a tan grandes peligros. Poned todo vuestro empeño en destruir la herejía por todos los medios que Dios os inspirará. Con más firmeza todavía que a los sarracenos, puesto que son más peligrosos, combatid a los herejes con mano dura.

¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!

Atribuida a Arnau Amalric quien fuera legado papal e inquisidor.

El 21 de julio de 1209 un ejército de 20.000 caballeros y 100.000 siervos se despliega ante las murallas de Béziers. Como representante del Papa viajaba el Abad del Cister, Arnau Amalric, el cual propone la entrega de 222 cátaros, así se perdonará a la ciudad.
La respuesta fue valiente y unánime, los habitantes –cátaros y católicos- unidos defenderían la ciudad. En menos de una hora la ciudad caía. Entre 5 a 6 mil personas, ancianos, niños y mujeres se refugian en la iglesia de Santa Magdalena. El comandante del ejército no pudiendo distinguir entre católicos y cátaros pregunta al representante papal qué hacer y acá historiadores y trovadores señalan que Arnau Amalric dijo: “Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos”. Luego cae Carcasona, se deja escapar a sus habitantes pero hay saqueo. Luego cae Albi y así cada ciudad.

Del libro “Magos e Iluminados”, de Maurice Magre (1877-1941) escritor, poeta y dramaturgo francés, cito: “La guerra de los albigenses fue el giro más grande en la historia religiosa de los hombres. Cuando el labrador comprende la vanidad de labrar, cuando el mendigo rechaza la limosna porque se ve más rico que aquél que se la da, cuando la palabra del sacerdote se vacía de todo sentido porque cada cual tiene en sí mismo un consuelo más alto, entonces la organización social se desmorona por sí misma. La liberación que estuvo a punto de conocer la humanidad era mucho más grande, que la de un pueblo vencido que se libra de su vencedor. Era la liberación del mismo mal, de la naturaleza aplastante. El secreto sublime del Consolamentum que permite al hombre morir en la alegría porque se identifica por la iluminación del amor con su Dios interno… se ha perdido para siempre.”