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Though this be madness, yet there is method in it,
Shakespeare: Hamlet

Esto puede ser locura, pero hay método en ella”,  dice Polonio de Hamlet en la 2ª escena del segundo acto de la obra.

Lo mismo puede decirse de Trump: puede estar loco, pero hay método en su locura. Mejor dicho, hay una potente tradición política, peculiarmente estadounidense.

La mejor descripción que he leído en estos días de ese método y esa tradición es “The Geopolitical Recession. Top Risks 1017”, de Ian Bremmer y Cliff  Kupchan (http://bit.ly/2iwxjJ2).

Trump no es un político profesional, pero es un estadounidense viejo, representante vivo de las pulsiones más antiguas de un país que se volvió un imperio diciéndose siempre que no quería serlo.

Estados Unidos ha sido muy poderoso como imperio y muy renuente a pagar el precio de sus responsabilidades imperiales.

Desde su gran expansión territorial en el siglo XIX, han luchado en el corazón de ese país las lógicas contradictorias del imperio y de la república, que Raymond Aron resumió en un libro de perfecto título: La república imperial.

A partir de la Segunda Guerra Mundial, las voces del aislacionismo estadounidense quedaron desdibujadas o sepultadas en ese país, por las del “excepcionalismo” de gran potencia: la certidumbre  tan pragmática como presuntuosa de que el liderato de Estados Unidos era indispensable para el gobierno del mundo, como líder ejemplar de Occidente durante la guerra fría, y como gran potencia solitaria y triunfal ante el desplome del comunismo.

Con la victoria de Donald Trump, dicen Bremmer y Kupchan, en medio de la revuelta populista mundial contra la globalización, parece haber terminado “la era geopolítica de 70 años de la Pax Americana, una era en la que globalización y norteamericanización eran procesos gemelos, y la hegemonía estadunidense marcaba los rieles de seguridad, comercio y valores de la economía global”.

Trump es un salto fuera de ese paradigma. En realidad, un regreso. ¿Hacia dónde? Mañana algunas notas sobre eso.

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