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El presidente Peña ha dejado muy claro que no cree en la segunda vuelta. Es una creencia genuina que ha tenido desde antes de ser Presidente.

Sus razones son tan buenas como las de muchos expertos: la segunda vuelta presidencial no garantiza poner fin al problema de la fragmentación que debilita a los gobiernos democráticos de México.

Al final, dice, sería una ficción suponer que este mecanismo puede reducir la fragmentación, ya que ésta de cualquier manera se mantendría en el Congreso, como en Perú. Llevada a las elecciones legislativas, añade el Presidente, la segunda vuelta podría afectar la pluralidad, que acabaría reducida a dos o tres opciones.

El Presidente cree, sobre todo, que la segunda vuelta presidencial crearía unas mayorías “de forma ficticia”, mayorías innecesarias para llegar a acuerdos políticos, como lo demuestra su propio gobierno, que pudo pactar reformas estructurales teniendo minoría en el Congreso.

Imposible disentir del hecho de que el presidente Peña Nieto ha podido pactar reformas fundamentales teniendo minoría en el Congreso. Su acción prueba su dicho.

Pero si se revisa la historia reciente se verá que el suyo es un caso prácticamente único en el mundo. Es una excepción que no puede esgrimirse como norma de gobernabilidad democrática: “Mire usted: tenga minoría en el Congreso y haga un paquete ambicioso de reformas”.

Al revés del Presidente, creo que la fragmentación mexicana se reduciría con la segunda vuelta presidencial y que la fragmentación creciente es el mayor riesgo de la gobernabilidad del país. Puede no ser la panacea, pero la solución que tenemos está peor. La salida probablemente no es mantener las cosas como están.

Digna de reflexión adicional me parece la idea de que la segunda vuelta crearía mayorías ficticias, artificiales.Tiendo a pensar que lo que padecemos es precisamente lo contrario: minorías ficticias y que, puestos a construir artificios, valdría la pena construir unos que fortalezcan la gobernabilidad, y no que multipliquen la fragmentación.

La democracia toda y sus reglas no son al fin sino artificios, normas pactadas cuyo valor es construir gobiernos legítimos, populares, democráticos y eficaces. No es esto lo que nuestros artificios están logrando.

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