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No hay muchas dudas sobre la cuenta de muertes de la llamada 4T. La comisión independiente que investigó la pandemia reporta 808 mil muertos en exceso.

No sé cual es la cuenta de homicidios dolosos y desaparecidos con que amaneció hoy la República, pero, entre ambos rubros, superan los 200 mil.

Sumados a los de la pandemia, tenemos tantos muertos como se dice que costó la Revolución mexicana, aunque este último número incluye a los emigrados entre 1910 y 1921.

Los muertos de la llamada 4T no incluyen emigrados. Son muertos y desaparecidos reales, sobre todo de pobres y jóvenes. Los números están claros para quien los quiera ver.

La cuenta de los zombies creados en estos años es menos clara en sus números, pero no menos alarmante.

Me refiero a políticas y obras públicas que son como muertos en vida. El gobierno los fuerza a vivir con altos costos para la República, pero no podrán tener una vida propia, más allá de la que artificialmente les inyecta el gobierno.

En la lista de zombies habría que poner las obras emblemáticas de López Obrador: el AIFA, Dos Bocas, el Tren Maya, Mexicana de Aviación… No podrán vivir por sí mismas, habrá que mantenerlas con subsidios.

Lo mismo hay que decir de Pemex y de la CFE, barriles sin fondo que echan una sombra de corto plazo sobre su sostenibilidad y su posible impacto negativo, particularmente la deuda de Pemex, sobre la deuda externa de México.

Lo que ha quedado del sector salud es una amenaza para la atención médica de 50 millones de mexicanos que perdieron su Seguro Popular.

La política educativa es un zombie que amenaza con la ignorancia a niños y jóvenes.

Zombies de pronóstico reservado son la crisis del sistema de pensiones, los costos del superpeso, que parece haber desfondado al Banco de México, y la hacienda pública exhausta que heredará el próximo gobierno.

Los muertos se han ido, llevándose cuatro años de esperanza de vida al nacer de los mexicanos. Los zombies viven la demagogia oficial, pero caerán sobre las partes sanas de México más temprano que tarde.