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La palabra traidor, se aplica a quien comete deslealtad o infidelidad; a quien engaña o hace daño a un amigo o a otra persona que ha depositado en ella su confianza. Es un delito que se comete sirviendo al enemigo de la patria.

Con base en una aproximación del perfil psicológico del traidor, el estudioso del tema, Alberto Barradas, expresa que al referirnos al traidor en términos psicológicos debemos considerar el concepto narcisismo: la complacencia excesiva de un individuo en las facultades propias. Al enfrentarse al deber de mantener lealtad entra en tensión con su narcisismo. Por un lado la lealtad que tiene que ver con el otro o con una idea y por otro el egocentrismo que tiene que ver con él mismo. Esta tensión entre dos fuerzas psicológicas se resuelve según la escala de valores del individuo. En consecuencia el traidor tiene que resolver permanentemente entre la lealtad a una persona, a una idea, o a su propia necesidad egocéntrica.

El traidor es vencido por sus fuerzas narcisistas y su necesidad del yo. Pero en esa pugna de tensiones psicológicas, genera una habilidad compensatoria que nace de la deficiencia de ese aspecto de su personalidad; digamos que esa indemnización que nace de una falla en el traidor se convierte en inteligencia. Por eso es que los individuos traicioneros, por lo general, dentro de sus perfiles psicológicos son inteligentes. Su falla psicológica tensional la sustituyen con astucia.

Sirva este prolongado, pero necesario preámbulo a esta columna dedicada al paradigma de la traición política mexicana, Alejandro Moreno Cárdenas, nacido en Campeche, mejor conocido como Alito, cuya aptitud hacía la traición lo ha llevado a desplazar de la fábula al alacrán que picó a la rana que lo llevaba a la otra orilla del río, porque así es su naturaleza.

No obstante que su instinto parricida quiere acabar con lo que queda del partido que lo vio nacer, Moreno Cárdenas, es un priista descendiente de la estirpe más sinvergüenza —y vaya que las ha habido— del Partido Revolucionario Institucional. Alito comenzó cargándole el portafolios, nada más y nada menos que a Ulises Ruiz (aunque nadie sabe la denominación de los billetes que se trasladaban en tal adminiculo, el joven campechano ha de haber dicho: de aquí soy).

Nadie puede negar que Alito salió bueno para el trabajo. En paralelo mientras trabajaba para Ulises, se consiguió una chambita como “mapache electoral” con el “Rey del Atajo”, Roberto Madrazo. Fue tan satisfactorio su mester de mapachería que Madrazo le entregó la dirigencia del Frente Juvenil Revolucionario del partido que hoy agoniza.

Cuando Madrazo no pudo ser presidente en el 2006, Alito, como mandan los cánones, le dijo “ahí te ves” y se fue con Beatriz Paredes y estuvo bajo sus faldas mientras fue dirigente nacional del PRI. Luego, siguiendo la tradición propia de su linaje, dejaría a Beatriz para irse con Manlio Fabio Beltrones. Al enterarse que éste no tenía oportunidad de ser presidente del país, se cobijó en los brazo de Enrique Peña Nieto con quien llegó a ser gobernador de Campeche.

El resto de la historia culminó el pasado 6 de octubre cuando en un acto unilateral y en contraposición con los estatutos partidistas, Alito expulsó del moribundo PRI a Miguel Ángel Osorio Chong, Eruviel Ávila, Omar Fayad, Nuvia Mayorga, Claudia Ruiz Massieu, Jorge Carlos Ramírez Marín, y a otros que ya habían renunciado a la militancia del cadavérico instituto político.

Punto final

Si hoy un OVNI te abduce no es secuestro, es rescate.