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Las recientes encuestas de aprobación presidencial muestran que los hechos del gobierno, valorados a la baja, van imponiéndose al discurso del Presidente, siempre eficaz en el espacio público, incluso en sus resbalones y en sus exabruptos.

El discurso presidencial es convincente, pero empiezan a ser más visibles los pocos logros de su gobierno.

El Presidente pasó un mal rato en su tierra natal, Macuspana, oyendo de sus paisanos que sus programas sociales no llegaban a la gente.

Y está pasando un mal momento al tratar de imponer sus palabras, sus ocurrencias y sus descalificaciones, a la marea de la movilización femenina.

La constante es que el Presidente sigue girando cheques caros contra la cuenta de su credibilidad. La cuenta empieza a mermarse, como cualquier cuenta que no renueva sus fondos, y el discurso se merma también, por la repetición, y por su inamovilidad argumentativa.

Es un discurso potente pero no es flexible a la realidad, no reconoce la realidad, compite con ella. Ha ganado muchas veces la batalla del discurso contra los hechos llevando la atención pública a temas que le interesan al gobierno y distrayéndola de los que lo afectan.

Pero la disonancia entre el discurso y los hechos es cada vez mayor. Los trucos y los argumentos discursivos tienen rendimientos decrecientes en general y un efecto bumerang, estridentemente adverso, en amplias franjas de las redes sociales.

A estas alturas del gobierno, con la economía en el piso, la seguridad sin control y los programas sociales cuestionados por sus propios beneficiarios, el gobierno y el Presidente necesitan ponerse a revisión, aceptar sus errores, corregir.

Deben responder a los hechos con hechos, no con discursos. Y encarar los desafíos del presente con cuentas del presente, no con inculpaciones y excusas del pasado.

El Presidente gira de más sobre la cuenta de su credibilidad. La sociedad le ha dado una larga luna de miel. Pero el gobierno ha prometido demasiadas cosas, ha entregado pocas y destruido muchas. Creo que tiene que replantear su promesa y renegociar su crédito.

Lo cierto es que la terquedad de los hechos va mermando la cuenta de la terquedad del discurso.