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La captura de Felipe Rodríguez Salgado, El Cepillo, verdugo en jefe de los normalistas muertos y quemados el 26 de septiembre, cierra un círculo.

Su confesión completa la historia de aquella noche siniestra por cuyos crímenes están presos casi todos los autores intelectuales y materiales: 44 policías municipales de Iguala, 14 de Cocula, 38 miembros de la banda Guerreros Unidos, el ex alcalde de Iguala José Luis Abarca, su esposa María Pineda Villa, el jefe de Guerreros Unidos de la zona, Sidronio Casarrubias, y ahora El Cepillo.

Las declaraciones de El Cepillo confirman las de los otros testigos/ejecutores: “Recibí a 15 estudiantes vivos y los maté a balazos”. Veinticinco habían muerto ya de asfixia, durante el traslado (MILENIO, 24 de enero 2015).

El Cepillo dijo que había recibido una llamada alertándolo sobre la presencia de los normalistas en Iguala. “Me dijeron que un grupo de muchachos estaba atacando Iguala, que pretendían quedarse con la plaza y que me iban a entregar tres paquetes (sicarios) de un grupo contrario (Los rojos)”. (La Jornada, viernes 23 de enero 2015).

“El Cepillo reconoció haber interrogado por separado a tres normalistas, creyendo que eran los jefes del grupo de quienes le habían dicho que eran integrantes, pero también señaló que todos los jóvenes le dijeron que eran estudiantes”. (La Jornada, ibid.)

Tal como se sugiere en la crónica de Esteban Illades (La noche más triste, en nexos.com), El Cepillo mató a sus víctimas sabiendo ya que no eran sicarios. Los mandó quemar y desaparecer por eso, por el escándalo que suscitaría su búsqueda.

La captura de El Cepillo es una de las piezas terminales del caso. Es el primer crimen de este tamaño en el que la autoridad ha llegado a la verdad y detenido a los culpables.

El caso lo mantendrá abierto una opinión pública recelosa, acostumbrada a que todo termine en enigmas.

Pero la investigación está hecha, los culpables consignados y la verdad, la dura verdad de Iguala, está al alcance de quien la quiera conocer.