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La inseguridad y la corrupción incontenibles en los años del gobierno de Enrique Peña Nieto sembraron en la sociedad mexicana la urgencia de un cambio, un rechazo de 80 por ciento a la gestión gubernamental y la búsqueda de una alternativa por fuera de los partidos, los políticos y las políticas tradicionales.

Andrés Manuel López Obrador es el candidato que ha logrado capturar mejor el hartazgo y prometer verosímilmente el cambio radical, la “sacudida”, que exige una porción mayoritaria de los votantes.

De ahí su ventaja en las encuestas.

Pero López Obrador trae en su programa algo más profundo que una promesa creíble de combate a la corrupción y a la inseguridad.

Trae también el regreso a la vía “nacionalista” que Rolando Cordera y Carlos Tello Macías identificaron en 1981 como uno de los polos de la disputa por la nación.

La otra vía, que llamaron “neoliberal”, triunfó hasta ahora en la orientación de los gobiernos de la democracia, pero parece llamada a perder las elecciones y con ellas la hegemonía.

López Obrador plantea explícitamente la abolición de las reformas del gobierno de Peña y el regreso a las épocas anteriores al año de 1982, que él identifica con el arranque de la  vía “neoliberal” y el principio de la decadencia de México.

Ha prometido desmontar la reforma energética y cancelar la reforma educativa, y volver a los tiempos en que el Estado era rector de la economía y el presidente rector del Estado.

Con el ascenso de López Obrador, regresa a México la “vieja-nueva disputa” por la nación, como la fraseó Luis Rubio en un artículo reciente, inspirador de esta serie (Reforma, abril 8, 2018).

El problema es que si la vía “neoliberal” adoptada en estas décadas resultó a la vez improductiva y fragmentaria, la vía “nacionalista” se antoja arcaica y en muchos sentidos impracticable.

No sé si hay una ironía o una sincronía de la historia en el hecho de que mientras López Obrador se apresta a detener las reformas de Peña Nieto, Donald Trump amenaza con rehacer o abandonar el acuerdo de libre comercio de América del Norte, joya de la corona de la vía “neoliberal”.

Quizá estamos efectivamente en el vértice de un cambio de época, que augura cualquier cosa menos una transición fácil a la modernización de México.

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