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La memoria histórica solo puede ser una. Florestán

El miércoles, el presidente Enrique Peña Nieto puso el nombre de Gilberto Borja Navarrete al puente, uno de los más altos del mundo, que concluye la vía México-Tuxpan después de 21 años de iniciada.

Yo, que supe el afecto que le tuvo, le doy las gracias por recuperar con generosidad y justicia la memoria de este mexicano de excepción que murió el 23 de abril de 2007. Y hoy, a la distancia de la fecha, en la cercanía del recuerdo, ausencia que sigue siendo presencia, retomo lo que escribí a su muerte, hace cinco años:

Cuando hace tiempo en una entrevista me preguntaron cuál era mi héroe histórico, cité al gran Morelos, un personaje sin el que la independencia no hubiera sido igual, y del que me seduce su visión de la historia y de la política; su concepto de nación: pocos libertadores en el mundo han aportado bandera, congreso, constitución y genio militar.

La siguiente pregunta fue sobre quién era mi héroe vivo y tampoco dudé: Gilberto Borja, otro personaje inconmensurable, él que era ingeniero, sin el que no se podría entender la construcción del México moderno ni del concepto entrañable, generoso, de la amistad.

Gilberto, fraternal, excepcional amigo, tenía siempre para todos: empresarios, políticos, altos jerarcas, presidentes y ex presidentes. Su juicio era implacable; su lógica, demoledora, derribaba los muros de la mentira, de la hipocresía, de la demagogia, de la corrupción, de la pompa y construía los edificios del sentido común, de la verdad, de la sinceridad, de la honestidad.

Tenía una gran debilidad: México, y con México, su familia, sus amigos, la ingeniería, la UNAM y los Pumas, de los que fue también constructor.

Cuentan que uno de los sabios de la UNAM se quejaba en tiempos del doctor Soberón, y con razón científica, de que Cabinho el goleador histórico de los Pumas, ganaba más que él, a lo que alguien le respondió: Cuando anote los mismos goles, ganará lo que él.

Esto llevó a Gilberto a crear al patronato de los Pumas, que encabezó por años, la incongruencia.

Por razones de reglamento interno dejó a ICA, que construyó desde abajo con otro grande, Bernardo Quintana, en su mejor momento, en el más alto.

Zedillo lo llevó a limpiar el cochinero de Nacional Financiera, lo que le llevó tres años, renunciando al cargo y a su jubilación, como había renunciado a los millones de dólares que le había dejado la Fundación Arronte que dirigió como generoso pero estricto benefactor, hasta el final.

En fin, que Gilberto, ese gigante, ha muerto, pero no nos ha dejado. Esa talla de hombres nunca muere, nunca nos deja.

Pero nos va a hacer falta, mucha falta, tanta, que ya lo extrañamos desde el recuerdo imborrable, presente.

Adiós, compadre querido.

Adiós, hermano.

Nos vemos el martes, pero en privado