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Dice Jesús Silva-Herzog Márquez en su ensayo “Entre la tecnocracia y el populismo” publicado en Nexos:

“El populismo es la cara visible del antiliberalismo contemporáneo. La cara oculta es la tecnocracia. Son los gemelos enemigos de la democracia liberal. El primero se planta explícitamente como alternativa al proyecto liberal. El segundo se anuncia como su vehículo exclusivo” (https://bit.ly/2M983KX).

Lo que observamos en el mundo es de algún modo el movimiento pendular de uno a otro extremo: de la arrogancia tecnocrática a la fabulación populista, del reino de la Razón fría al territorio del Pueblo ardiente.

Escribe Silva-Herzog Márquez:

“Los populistas hablan en nombre de un Pueblo infalible. Los tecnócratas nos aleccionan en nombre de una Razón incuestionable”.

Lo común a ambos es que, por razones inversas, expulsan por igual de su discurso la pluralidad concreta, la diversidad real de la polis, que no se resume ni en las coordenadas de la Razón ni en las emanaciones del Pueblo.

El tecnócrata, como heraldo de la modernidad, niega y aun desprecia, los saberes distintos al suyo, en particular los saberes de la política tradicional.

El populista ve a la tecnocracia como la congregación antipopular por excelencia, y descree también de la sociedad civil cuando, a su entender, no expresa la voz genuina del Pueblo.

Llevadas al extremo tecnocracia y populismo son caricaturas excluyentes, pero son caricaturas que han encarnado con literalidad en la historia y juegan hoy, ante nuestros ojos, una nueva ronda de turnos pendulares.

Silva-Herzog Márquez:

“El populismo reivindica el monopolio moral de la representación (de la sociedad). Los enemigos del pueblo no están equivocados, están podridos. No tienen información distinta, defienden intereses repugnantes…La verdad científica no se discute, dirán, desde la trinchera opuesta los tecnócratas. Imaginan un monopolio: el del conocimiento”.

Diálogo de sordos.

En cuanto al liberalismo, concluye Silva-Herzog Márquez, bien haría en volver a su espíritu crítico: “Está obligado a reconocer sus errores si quiere volver a ser guía de la sociedad. Debe advertir las raíces de la rabia, las razones de la inconformidad, la insuficiencia de sus argumentos. Para ser fiel a su proyecto de autonomía, debe distanciarse de sus dogmas, dialogar con sus críticos, reinventarse”.