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          Solo hago cuentas políticas sin comparar, porque ya sé que no le gusta, de las diferencias de tiempos, espacio, condiciones y personalidad: de la indignidad del apoyo a aquella frustrada reelección, al encuentro, puedo decir, entre iguales, aunque por la disparidad de países, parecería imposible

John Moore se ha decidido a seguir a los inmigrantes cruzar caminando las fronteras necesarias hasta llegar a Estados Unidos. Hace lo que le gusta y lo hace bien, sin dejar de lado que hace lo que tiene que hacer siendo un fotoperiodista con un alto grado de sensibilidad visual y emocional para conectar en los momentos claves entre la vida y la muerte de quienes han decidido arriesgarlo todo por algo que ni siquiera saben seguro.

La serie de fotografías que publica en su cuenta personal en Instagram (@jbmoorephoto) da las coordenadas visuales de quienes caminan en grupo cual una manada que se desplaza a otro territorio para salvaguardarse de los depredadores o simplemente para buscar un nuevo refugio.

Caminan con los descansos a cuenta gotas, con niños cargados en el frente o por la espalda, con una mochila o con dos, con la propia desesperación de quien pisa una tierra desconocida y las inclemencias del tiempo los atrapa deteniendo el tiempo.

¿Qué más quisieran cerrar y abrir los ojos y estar durmiendo en una cama, bajo un techo y del otro lado? Lo darían todo y qué mejor prueba de ello es que han dejado atrás la certeza que allí no tendrían nada mas que pobreza, terremotos y la precariedad de un lugar a donde no llega nada.

Andan con un rumbo, viendo el amanecer, sintiendo los rayos del sol de pleno medio día, ven el atardecer y duermen bajo la intemperie nocturna, con lo que traen y la familia que tienen.

Pasar una foto tras otra del trabajo de Moore me llevó a esta que vemos aquí, en donde se ha montado un campamento base con casas de campaña en Las Tekas antes de emprender su viaje por un territorio prohibido y lleno de riesgos.

Unos duermen, otros como los que vemos aquí no pueden y de ambulan en un espacio de 2x2mts. El tiempo para despertarse y salir es a las 2am, por lo que el atardecer es la señal clara que hay que parar y descansar.

Cualquiera pensaría que la libertad es no tener ningún tipo de muro a nuestro alrededor, uno que nos limite nuestro andar, la movilidad y el paso del aire; cuando nos llega la hora de salir de vacaciones o tomarnos un descanso porque “lo necesitamos” salimos de donde habitamos para desfundarnos casi semidesnudos sobre la arena y viendo el mar.

Ellos, los inmigrantes no tienen nada que les bloquee el aire o la luz, pero se saben acorralados, encerrados en un sueño personal: salir y llegar al sueño americano.

Pero en realidad están encerrados, sin una escapatoria que les asegure una mejore vida, que les de la seguridad que el sueño se puede transformar más allá de lo que les han dicho y prometido.

Están bloqueados por las últimas fronteras que les quedan para acabar, en México se topan con la violencia y la agresión de quien se cree superior y para entrar a Estados Unidos es el final de un videojuego en donde la frialdad existe y son los últimos con el poder de oprimir el botón GAME OVER y volver a casa.

Los inmigrantes no son libres por no cargar maletas y andar por la selva, el asfalto y el desierto, están encerrados entre un río y un muro, entre las leyes y la pobreza, entre querer y no poder.

El hombre que está dentro de la casa de campaña naranja, lo sabe y no puede salir de allí porque los depredadores están a la caza.

Encerrados - screen-shot-2021-10-08-at-201734
Foto: John Moore