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El pantano de Washington que Trump prometió drenar, está drenando su presidencia. En los primeros cien días de su gobierno, la política y los políticos profesionales le han dado una paliza al presidente más amateur que ha tenido en mucho tiempo Estados Unidos.

Trump es el presidente menos popular en sus primeros cien días de gobierno desde John F. Kennedy. A los cien días de gobierno, Kennedy tenía una aprobación de 83 por ciento. La aprobación de Nixon era de 62 por ciento, la de Carter de 63 por ciento, la de Reagan de 68 por ciento, la de Bush padre de 56 por ciento, la de Clinton de 55 por ciento, la de Bush hijo de 62 por ciento y la de Obama de 65 por ciento. El 27 de abril pasado, al cumplirse sus cien días en el cargo, la aprobación de Trump era solo de 39 por ciento.

Trump no ha podido cumplir la inmensa mayoría de sus promesas. De hecho, ha cumplido cabalmente solo tres: sacar a Estados Unidos del acuerdo comercial del pacífico, el TPP; llevar a la Suprema Corte a su candidato, Neil Gorsuch, y autorizar el oleoducto de Keystone que traerá tanto dinero a la industria petrolera como daños a la ecología estadunidense.

Casi todo lo demás son derrotas:

No ha podido rechazar y sustituir el Obamacare, renegociar ni salirse del Tratado del Libre Comercio de América del Norte o catalogar a China como manipuladora monetaria internacional.

Tampoco ha podido estrechar sus relaciones con Putin, mantenerse al margen del conflicto sirio, reducir su compromiso con la OTAN, hacer pagar a sus aliados por la cobertura militar estadunidense.

No ha podido establecer un arancel especial para coches importados, prohibir la entrada a migrantes musulmanes, suspender los fondos federales para las ciudades santuarios, reiniciar la construcción del muro en su frontera con México.

No ha podido presentar su plan de crecimiento económico para avanzar a 4 por ciento ni su proyecto de reforma fiscal, que reducirá en proporciones históricas la tasa de gravamen a empresas y corporaciones.

Ha sido un presidente inepto en su trato con el Congreso, con la burocracia y con la comunidad internacional.

Ha dejado clara su impreparación para el puesto que ostenta, al reconocer en público que no ha sido tan fácil como parecía.

Algo ha logrado, sin embargo, en la más oscura de sus propuestas: endurecer la vida y sembrar el miedo en la comunidad migrante mexicana.