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Es un buen cuento de Julio Cortázar: una metáfora de los caudillos bananeros instruidos con monografías de historia que venden en las papelerías de los pueblos, se deslumbran por los próceres y quieren ser como ellos, así porque sí.

Se llama El otro Narciso. Un pajarito tropical se descubre en el espejo retrovisor de un coche y quiere entrar, para reunirse adentro, con el otro pajarito que ve reflejado en el azogue.

Como la avecilla, los picarillos de pueblo que llegan a dominar gobiernos con mañas empíricas (pero eficaces porque se basan en un profundo conocimiento de la gente), se impregnan de la psicología de sus personajes.

Se descubren en el espejo. En el cuento, el pajarito se sostiene en el aire frente al espejo. Ante la imposibilidad de entrar y encontrarse con el otro, busca en la parte de atrás del retrovisor.

Se sorprende cuando deja de ver al otro. No entiende qué sucede. Enfrenta de nuevo el espejo y, viendo al otro pajarito idéntico, se precipita contra el reflejo y, otra vez rechazado, se posa desconcertado, en el borde.

“Narciso pajarito repite el mismo juego interminable en su pequeño estanque de azogue, en su engaño de amor que abraza la totalidad del mundo y sus criaturas”, escribe Cortázar.

Es la historia de una obsesión sin futuro posible. Más pequeño que un gorrión, el pajarito se obstina. Sube y baja, revolotea frente al retrovisor hasta que vuela hacia el bosque.

Se pierde entre el follaje, decepcionado por el espejo engañoso y, en las ramas, olvida su ansiedad y su deseo. Sin embargo, cuando la ficción parece acabada, el genio de Cortázar trae nuevamente al pajarito:

“Ha querido entrar en el espejo y reunirse con el otro pajarito, sosteniéndose un segundo en el aire frente al espejo, y ahora la resistencia del cristal azogado lo obliga a ascender buscando siempre la entrada”.

Se había enamorado de sí mismo. Vuelve al espejo, para desconcertarse otra vez al dejar de verse, aunque recomienza enseguida su choque inútil, salta al borde del retrovisor, vuela empecinado, alucinado, enamorado.

Escribe Cortázar:

“Sólo entonces sentimos, sólo entonces sabemos que no era un simulacro en el que sólo buscábamos una analogía con nuestra condición solitaria de humanos, de narcisos aislados y excepcionales”.

Nuestros políticos más pintorescamente obsesos son como el pajarito: ven el pasado en espejos bucólicos, y articulan ficciones nacionales alrededor de mitos tipo Narciso, que crean para sí mismos.

A la enfermedad del mito de Narciso, que se mira en el espejo de agua y observa un objeto de deseo que es únicamente él mismo, Lezama le dice en un poema “la firmeza mentida del espejo”.

Pero Freud es más directo: diagnosticó a Narciso como…

“Un pobre neurasténico”.