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Empieza un año político corto.

Tiene dos estaciones de llegada: las elecciones del 2 de junio y el cambio de gobierno el 30 de septiembre.

Tenemos suficientes indicios de cómo serán estos pocos meses de campaña, elecciones y cambio de gobierno.

Serán violentos, a favor del gobierno, como lo fueron en 2021 y como en estos primeros días del año, con el asesinato de cuatro aspirantes a candidatos.

Serán de un presidente en campaña como no hemos visto otro, saltándose sin rubor las obligaciones de imparcialidad que le imponen las leyes.

Veremos desplegarse a fondo el intento de una elección de Estado, con todos sus agravantes: inducción y compra de votos, coerción política y judicial a opositores, y la cancha más dispareja en recursos y dinero ilegal que recuerde la democracia mexicana.

Serán meses de un arbitraje electoral débil por parte de un INE disminuido, un Tribunal Electoral dividido y una Suprema Corte sometida a la provocación política interna, desde sus propias filas, por su nueva ministra designada.

Para los ciudadanos serán meses de ruido, polarización y fake news. Quien logre instalar en ese magma inhóspito una oferta clara de utilidad o de esperanza para los electores, ganará la elección.

Para medios y observadores serán meses de opacidad y probablemente de miopía. Primero, por el tamaño de la elección, que tendrá en todas sus fases una lógica local difícil de medir.

Ni nuestros medios ni nuestros encuestadores tienen capacidad de registrar con precisión lo que pasa en el ámbito regional y local.

Las encuestas, que tenían alguna credibilidad, por su mayor parte la han perdido.

En lo nacional, las alternativas parecen claras. Habrá que escoger entre más de lo mismo o un cambio de rumbo. La elección de Estado buscará imponer lo primero.

Pero lo nacional será modulado por lo local y ahí la tendencia dominante es la de la alternancia: no refrendar, sino cambiar gobiernos.

Gane quien gane, a partir de octubre no habrá “mañaneras”, la pieza más tóxica que el discurso público del país haya conocido, inventada por el presidente López Obrador.

Un país sin mañaneras será un país menos tóxico, más habitable políticamente. No es poco decir.