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Samuel García había arrancado bien como candidato capaz de fracturar el voto de la oposición en 2024. Lo va a extrañar el presidente López Obrador, entusiasta promotor de esa idea.

Samuel García era un candidato perfecto para fraccionar el voto de las clases medias, esas que el Presidente se dedicó a alejar y a ofender durante su gobierno y ahora, rumbo a 2024, ve como un universo amenazante de votos en contra.

Samuel García le pareció un candidato capaz de fragmentar ese universo. Lo va a extrañar.

Lo van a extrañar también los encuestadores del arroz cocido, que se la pasan anunciando no sólo una derrota sino un Waterloo para la oposición.

Sin Samuel García en la contienda, tendrán una baraja menos que echar a la mesa para declarar por anticipado el arroz cocido, la ventaja irreversible del oficialismo.

No hablo de los encuestadores serios, usted elija el suyo, sino de esa nueva especie de propaganda política que son las encuestas pagadas.

Es una cohorte de numerólogos a la orden, que crecen como hongos y que es imposible ignorar, pues están en el aire, aunque sus números se vean tan sesgados.

Para estos encuestadores hubiera sido muy vendible un Samuel García con dos dígitos de intención de voto, acercándose a los votos del frente opositor y sin quitarle un pelo a la candidatura oficialista.

Habrían sido creíbles unos dígitos, digamos: Claudia: 50%, Xóchitl: 30 y Samuel: 20. Pero la casilla Samuel desapareció y entonces estamos ahora en una contienda cara a cara.

Quien quiera seguirle dando a Claudia un triunfo abrumador, en la lógica del arroz cocido, tendrá que hacerle tragar al público una ventaja de 60-40, cuando en 2018 López Obrador obtuvo 53%.

Lo que quiero decir es que las encuestas del arroz cocido, verdadera plaga de la opinión pública, han perdido en Samuel García a un candidato rentable para sus alquimias demoscópicas.

Las opciones serán dos y los números más claros. Los encuestadores serios pasarán al primer plano, en demérito del ejército de contadores sesgados que llenan la plaza.

Quizá recuperemos así la credibilidad de las encuestas, fundamentales para la lectura de los procesos políticos, pero vueltas hoy, por su mayor parte, instrumentos de propaganda.