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Perito caído
Foto de Ana Paula Cámara

La violencia que ha vivido nuestro país los últimos años ha perfeccionado la labor de los peritos en todo el territorio nacional, se diseñaron protocolos nuevos y se modificaron muchos más para dar un procesamiento correcto y funcional a las escenas de crimen.

Dichos protocolos han provocado que los tiempos de reacción sean menores, los equipos sean multinacionales y que el personal forense esté cada vez más capacitado en todo tipo de escenas desde únicas hasta multitudinarias, en una o varias zonas al mismo tiempo.

Lo que sigue generando que se pierda un poco el control de las emociones, es cuando la escena a procesar es donde la vida que se perdió es la de un compañero, todo se vuelve un caos interno, propio. Debes apelar a todo lo profesional que eres, la experiencia que te respalda.

Ese martes sonó el botón de pánico en el Matra, ese grito de ayuda que se activa solamente cuando un compañero está en peligro, el que nunca quisieras activar y el que deseas con todas tus fuerzas llegar a activar para pedir ayuda en dado caso.

Un compañero perito, experto en balística forense, no había arma o proyectil que no conociera por su aroma, textura, sonido al percutir y ser percutido que no conociera, era quien entregaba los reportes a tiempo, quien nunca tenía rezago en su bandeja de informes pendientes, quien guardaba la calma en los momentos de crisis, el que no olvida los cumpleaños aunque el cumpleañero lo hubiese olvidado.

Él era quien se sentaba conmigo a comer barritas de fresa en el piso mientras la calma nos llegaba después de terminar un turno infame, acababa de ser acribillado por la espalda cuando llegaba a dejar a sus hijas en la escuela primaria, alcanzó a protegerlas de 17 disparos directos y cobardes, su cuerpo recibió 11, los otros 6 impactaron la carrocería de su “bote pateado”, un carro dorado pequeño con varias reparaciones por vejez.

Alcanzó a activar el botón y dar una coordenada, fue tarde cuando llegaron; había perdido la vida, sus hijas habían visto todo y eso no sería fácil de digerir, los agresores se habían ido, nosotros llegamos después, ese impacto al ver como fue asesinado de manera cobarde, cómo uno de nosotros fue abatido.

C0mo nos decía un compañero psiquiatra forense: “Ver un cadáver de cerca, nos da la certeza de que seguimos vivos”.

Nuestros reflejos eran lentos al empezar a procesar la escena, con los ojos a nada de llover, la impotencia endureciendo los músculos del cuello y las piernas haciendo esfuerzos extras por impedir derrumbes, ha caído uno de nosotros; pero el turno debe seguir.