
Laura Garza afirma que en la visita del papa a México ha sumado seguidores allá afuera sin ser católicos, solo por las ganas de escuchar
Tres años tuvieron que pasar para que el papa Francisco pisara tierras mexicanas, y en esta ocasión el Estado de México, a Chiapas, a Morelia y a Ciudad Juárez, teniendo como base la Ciudad de México.
Vimos a un papa platicador, con un rostro serio cuando había que hablar con las autoridades y sonriente ante la gente, ante los niños y ante quienes se le acercaban casualmente por una bendición.
Francisco llegó a un país dividido en la religión, pero con muchos católicos que todavía están dispuestos a salir a las calles, a esperar bajo el sol y soportar los fríos de la noche para verlo, escucharlo y cantar una y otra vez: “Queremos que el papa nos de la bendición o Francisco hermano ya eres mexicano”.

Hubieron los mexicanos que solo observaron su peregrinar, otros que lo cuestionaron por no tocar temas políticos convenientes para unas cuantas barcas, también hubieron los feligreses que siguieron su ruta de mañana y noche, y por supuesto los medios que lo siguieron con las cámaras a todos sus discursos.
Aún y sabiendo que se convertiría en el primer papa en visitar el Palacio de Gobierno y de ser recibido por el Presidente para un acto protocolario, llegó con la sencillez que lo caracteriza. Interesado en la historia, en el contexto social a un paso tranquilo, sin prisas, sin aparentar.
“Me animo a decir que la principal riqueza de México hoy tiene rostro joven. Esta realidad nos lleva inevitablemene a reflexionar sobre la propia responsabilidad a la hora de construir el México que queremos… Hombres y mujeres justos y honestos, capaces de empeñarse por el bien común”.
Algunos esperaban más dureza en su discurso, pero la claridad del mensaje fue clave para ser el primero de muchos otros temas que tocaría en la gira.
Después como recordamos, se reunió con los obispos en la Catedral de la Ciudad de México, con un Zócalo que aunque fue criticado por los huecos de una mala organización, hubieron varios y varias felices por recibir al sucesor de San Pedro.
“En las miradas de ustedes, el pueblo mexicano tiene el derecho a encontrar las huellas de quienes “han visto al señor”, de quienes han estado con Dios. No pierdan el tiempo y energía en cosas secundarias, en habladurias e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de conserterías.”
Les pidió la elegancia del hablarse de frente pero también la humildad, de pedirse perdón para continuar trabajando en conjunto. Así a los obispos, así a los que “dirigen” la Iglesia.
Lo suscribo, porque muchas veces los que menos poder tienen en las arcas del catoliscismo, son los que motivan a los jóvenes a continuar yendo a misa, a ir de Misiones, a unirse al coro, a ayudar a la comunidad, sí, esos Sscerdotes no hacen alarde, no salen en fiestas de socialités adinerados, no andan con lentes de sol en plena misa.
Pero Francisco continuaba, bajo el intenso sol que le daba en su rostro en Ecatepec, nos habló de las tres tentaciones a las que nos enfrentamos a diario: La riqueza, la vanidad y el orgullo.
A lo cual agregaría :“Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Juan 8:1-7)

¿Por qué? Porque todos estamos inmersos en esas tres tentaciones todos los días.
Después llegó a Chiapas, donde entre colores, escuchó y admiró ceremonias indígenas venerando al mismo Dios. Nos recordó la importancia de la familia, aquella que “bajo la pretensión e la modernidad, propician cada vez más un modelo basado en el aislamiento”.

Nos llenó de emoción cuando nos transmitió el mensaje de Manuelito, el de “hay que echarle ganas”, porque con la experiencia ajena uno aprende más y escuchando los testimoniales que ese día nos compartieron, hasta el corazón vibraba.
Nos presentó la humildad y poder de la oración en Morelia, entre un público joven que se dedicó a echar lío, como al Papa le gusta. Entre cánticos, porras, sonrisas y llanto, miles de jóvenes le dieron ritmo a su visita en pleno Estadio José María Morelos y Pavón.
“No se puede vivir la esperanza, sentir el mañana, si primero uno no logra valorarse, si no logra sentir que si vida, sus manos, su historia vale la pena.”

Su invitación fue a creer que como jóvenes somos la riqueza de México, y como tal debemos de luchar ante adversidades y amenazas, como la del narcotráfico y la superficialidad de vivir entre marcas y riquezas falsas.
Y fue en Ciudad Juárez, en donde el mensaje de amor y perdón, sucumbió a todos. Justo frente a los presos, aquellos que escuchó, que bendijo y que les habló del Jubileo.
“Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes, es aprender a no quedar presos del pasado, del ayer. Es aprender a abrir una puerta al futuro, al mañana, es creer que las cosas pueden ser diferentes”.

Y es que ya nos hacía falta que alguien nos viniera a hablar del amor, de los errores que como seres humanos podemos cometer, pero que aún con ellos podemos ser perdonados y seguir caminando.
Alguien que nos viniera a recordar los valores de la familia, como por ejemplo la frase donde seguro más de un adulto quisimos decirle a nuestro padre en su momento, “más tiempo con nosotros por favor, más tiempo con la familia”. Y es que nadie nos dice que la preocupación por los bienes materiales, por la colección de viajes por el mundo o el número de fiestas no es lo que realmente nos llena el alma o bien, sino que nos hace perder piso de vez en cuando.
Necesítabamos alguien que directa o indirectamente nos viniera a decir “háblense como hombres”, porque hoy en día ni nos hablamos, ni nos decimos las verdades y damos por hecho todo, como creer que las dos palomitas azules del WhatsApp es la comprobación que el otro ha comprendido el mensaje.
Ya queríamos escuchar a alguien que nos enriqueciera el corazón, porque de política, de intereses partidistas, de quejas y de poder…escuchamos a diario.
Como dijo en su discurso ante la Virgen de Guadalupe: “…Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quita la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación.”
A veces se nos olvida preguntarnos, “¿Qué mundo queremos dejarle a nuestros hijos?”
Gracias por tanta reflexión, por detener las calles por segundos y hacer gritar a multitudes, católicos y no católicos. Por reunir a las familias para verlo en televisión y escuchar sus palabras directas y humildes.
Es por eso que el papa Francisco también ha sumado seguidores allá afuera sin ser católicos, solo por las ganas de escuchar lo que tanto hace falta y que nadie nos dice.
Hoy aplicamos lo que tanto él profesa “El Apostolado de la Oreja”, sí, ese que escucha y no se cansa de escuchar.
Y en cinco días no nos cansamos de escuchar.
Por Laura Garza