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Manuel Lapuente, el padre del más grande milagro del fútbol mexicano
Foto de Internet

La muerte del entrenador Manuel Lapuente ha dejado al fútbol mexicano huérfano del padre de su mayor milagro en la historia, el título de la Copa Confederaciones de 1999 ante el Brasil del mítico Ronaldinho.

Si bien México fue campeón olímpico en 2012, ese grandísimo triunfo, también contra Brasil, sucedió en un torneo sub-23, algo distinto a la Copa Confederaciones en la cual Lapuente, con un fútbol práctico, ganó una trepidante final en el Estadio Azteca.

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Después de las finales de Copa del Mundo ganadas en 1970 por el Brasil de Pelé, y en 1986 por la Argentina de Maradona; el duelo por el título de la Confederaciones es uno de los más recordados en el monumento futbolístico del sur de la Ciudad de México, que en estos días se reinventa para ser sede del Mundial del 2026.

México, con un grupo de jóvenes atrevidos, tomó ventaja con goles de Miguel Zepeda, en el minuto 12 y José Manuel Abundis, en el 28, a pase del irreverente Cuauhtémoc Blanco.

Los favoritos brasileños empataron con un penalti cobrado por Serginho, en el 44, y un gol de zurda de Roni a la salida del guardameta Jorge Campos, en el 47.

Sentimentales y fervorosos como son, los mexicanos se entregaron a la pandilla de herederos de las glorias del héroe Hugo Sánchez, ganador de cinco premios Pichichi en la liga de España, retirado un par de años antes.

Sin el legendario goleador, Lapuente armó un grupo con equilibrio en todas las líneas, que mantuvo orden en la defensa, fue oportuno al ataque y después de superar a Estados Unidos en la semifinal, salió a tutear a Brasil.

En el 51, Zepeda puso delante a México con un toque de derecha, ante lo cual Lapuente hizo un llamado a no festejar por adelantado y buscar más. En el 62, Blanco sacó su picardía de chico de barrio y luego de un recorte en el área, firmó de zurda el decisivo 4-2.

México aguantó ante un Brasil con los ojos rojos de furia que se fue adelante y se acercó con un zurdazo de Zé Roberto en el 63, después de lo cual el equipo de casa aguantó la tormenta y ganó.

Fue el triunfo más grande de Lapuente, quien como jugador fue campeón con México en los Juegos Panamericanos de Winnipeg 1967, pero logró sus mayores proezas como entrenador, al guiar a México a octavos de final en el Mundial de Francia 1998 y conquistar cinco títulos de liga, dos con Puebla, dos con Necaxa y uno con América.

Fue un defensor de dar protagonismo en la liga local a los jugadores mexicanos, algo que no se cumple hoy, un hombre con capacidad para aglutinar.

Su fútbol partía del equilibrio atrás. Daba importancia al orden táctico y en el área apostaba a que sus delanteros fueran eficientes, casi de forma minimalista. Sabía que ganar por 1-0 daba los mismos puntos que un 5-0 y convencía de eso a sus jugadores.

Ganar la Copa Confederaciones, el gran milagro mexicano a nivel de selecciones, tuvo como padre a un tipo sobrio, honesto, al que todos recuerdan con una boina al estilo de la del Che Guevara, pero sin estrella porque esas las ganaba con sus equipos en la cancha.

“Vayan al circo”, respondía Manuel Lapuente si le pedían espectáculo y luego se encerraba con sus futbolistas a quienes los convencía de que tenían dos piernas como los mejores del mundo y no había razones para sentirse menos, lo cual demostraron sus jugadores el 4 de agosto de 1999, cuando México tuvo ante Brasil el más grande milagro de su fútbol.