
El Hijo del Santo puso fin a su carrera como luchador la tarde del sábado 13 de diciembre de 2025 en el Palacio de los Deportes
por Alejandra Sosa Aldasoro
El 12 de septiembre de 1982, el hoy desaparecido Toreo de Cuatro Caminos vio caer a una leyenda. Santo, El Enmascarado de Plata, se despedía de los encordados en una sangrienta lucha donde terminó pisoteado y pateado hasta el cansancio por uno de sus rivales, el Perro Aguayo.
“Siempre estaré arrepentido de no haberme subido al ring a defender a mi papá”, nos confiesa el Hijo del Santo a través de un video que se reproduce en las pantallas del Palacio de los Deportes donde, 43 años más tarde, él es ahora el protagonista de una despedida más de la máscara más famosa de la lucha libre mexicana, que con orgullo porta desde que le pasaron la estafeta.
El Hijo del Santo es, hasta hoy, el legado más grande en esta familia luchística. Siempre del lado técnico, tradición que su padre decidió adoptar -a pesar de haber nacido en el bando rudo- tras convertirse en uno de los primeros superhéroes mexicanos y que, al ser fuertemente admirado por los niños, decidió darles el mejor ejemplo a seguir de aquel personaje que fuera del ring se enfrentaba a mujeres vampiro, zombis, momias y hasta extraterrestres.
La cartelera tuvo la variedad que ha caracterizado a la lucha libre mexicana a lo largo de su historia: Minis, enfrentamiento de mujeres, relevos australianos, juniors de leyendas, máscara contra cabellera -protagonizada por quien portará ahora la herencia de plata y quien, con algunas dificultades en un inicio, se llevó en el puño los restos de la melena de Ángel Blanco Jr.-, además de la estelar, donde el hijo de la leyenda, acompañado por L.A. Park y Último Dragón dominaron a Texano Jr., Hijo de Fishman y Dr. Wagner Jr., quien al finalizar la pelea a un round, le reconoció su legado al rival.
El adiós de quien hasta la noche del 13 de diciembre de 2025 portó la máscara plateada tuvo un final muy distinto al de El Santo padre. Salió victorioso entre aplausos, gritos, porras y Las Golondrinas sonando de fondo mientras daba la espalda, por última vez, a la afición que lo apoyó a lo largo de su historia, para despedirse del ring sobre los hombros de su hijo, El Santo Jr.
“No he podido llorar”, nos confesó en un momento muy íntimo al término de la que fue su última lucha.
Y es que las despedidas no son fáciles, quizás un poco menos cuando las planeas, al igual que una lucha, de manera física, mental y psicológica. Porque decir adiós es de grandes, hacerlo con un triunfo es solo un bono para una trayectoria por demás impresionante.
Tal vez en algún momento, el Hijo del Santo logre llorar como tanta afición lo hizo esa noche, o quizás nunca lo haga, porque aunque se retire la máscara, la llevará puesta por siempre de manera simbólica, porque las máscaras y las cabelleras caen, pero la plata mexicana, al igual que una leyenda, por su brillo único y su fuerza, es eterna.