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Recordándote José

Te faltó vivir tanto. Nos falto brindarte la oportunidad del beneficio de los mínimos derechos a los que un ser humano debería tener. Un espacio digno donde vivir, educación y alimentos. En cambio, como ciudadanos ignoramos la vida aporreada que te tocó vivir, enmarcada por el lugar en donde naciste. La pobreza, la desintegración familiar, la violencia.

Sin desayuno, presentabas los exámenes y el resultado eran las calificaciones bajas, reprobando casi cada materia. Tu rostro lleno de esas manchas blancas, mostrando una radiografía de la falta de nutrientes en tu cuerpo. Vestido con uniforme arrugado, sucio casi siempre, saliste durante el tiempo que duró tu corta vida al colegio y por las tardes a bolear zapatos con tu caja llena de betunes gastados.

Hoy terminaste con tu vida José, tenías apenas 13 años, aunque tu cuerpo parecía apenas de unos 10.

Las preguntas se me abarrotan, son un golpeteo de porqués que rasgan y duelen. Pareciera que a cada respuesta brotan imágenes donde nos muestras la realidad que subyace más allá de los miles de problemas que como humanidad y como país nos aquejan.

Naciste en el seno de una familia desintegrada, el arduo trabajo de quien te cuidó, daba poco espacio para mirarte, llegabas tarde a tu casa, muerto de miedo en tu uniforme gris cada atardecer. Caminabas lentamente por las calles sin pavimento de la colonia donde vivías, con los pocos libros que tenías al hombro, amarrados de una correa que sirvió tantas veces para golpearte. En  los dos cuartos donde naciste, te esperaba la mano dura de quien alcoholizada arremetía con toda su ira, dejando profundas cicatrices en tus brazos y en la espalda porque no traías dinero suficiente.

Fumabas marihuana desde los ocho, algunas veces probaste con algún solvente entumeciendo tus sentidos, calmando por fragmentos de un momento lo que parecía infranqueable y creías que con ello calmabas el dolor en tu pecho.

“Creo que no estuvo bien que yo naciera, solo soy un pedazo de nada y un burro para todo.” Decía tu misiva y en ella nos restriegas nuestra incapacidad para rescatarte. Sé que fue para ti fue una salida, intentando escapar de una situación en la que te sentías incapaz de afrontar o imposible de superar, buscando acabar de una vez por todas con los insoportables pensamientos y sentimientos que tanto te atormentaban. Al final fue un infierno en vida, donde no encontraste otra solución.

Me dueles José en este acto de ponerle fin a tu propia vida, porque el suicidio puede prevenirse. Con la cabeza agachada, escucho en todas partes el lenguaje de desaliento que permea en forma de guadaña a donde voy.

El país es una porquería, los asesinatos y el secuestro que aumentan en un trescientos por ciento en la ciudad capitalina, la corrupción, los fraudes, la basura en las calles. Los periódicos denuncian que el suicidio entre los jóvenes de 15 a 29 años ha aumentado en México, hasta colocarse como la segunda causa de muerte en la población de esa edad.” Frases que se hilan una a otra, agrupadas en conversaciones que no dejan cabida para la esperanza, para el aliento.

Ellos nos observan, nos imitan ven lo que hacemos y aprenden esas mismas conductas, las adquieren en su repertorio y las repiten en el futuro. Se ciñen a esta vorágine de desánimo que como adultos vamos enseñando. Son los niñ@s y jóvenes de este país que parece se nos desbocan, encontrando poco o nada en un futuro que parece tan profundamente incierto. Un México que se nos desgaja a pedazos como resultado de una historia que imprime las facturas y ahora nos las cobra. Entonces se nos va cubriendo el aire que respiramos de un humo denso, nos sentimos transitando por un engrudo emocional, como si en verdad no se pudiera hacer nada. ¿Será que las cifras nos despierten?

Es momento que por todos los “Josés”, salgamos a mostrar que podemos mejorar este espacio que ocupamos. Enseñar que somos esa última generación sobre el planeta que pudo hacer algo.

Qué hay posibilidad de hilarnos de nuevo, de re-conectarnos  y enseñar que por dentro estamos llenos de otras cosas que parecen guardadas bajo llave.

Por ti José, por los cientos de jóvenes que como tú no encontraron otra salida. Honro tu vida y la de todos los que ya no están. Seguiré sumándome y encontrando formas nuevas para rescatarnos, porque al morir así nos queda solo restaurar este espacio para que no mueras en balde. Secaré mi cara mojada llena de lagrimas saladas, usaré la rabia que provoca la impotencia para sembrar una semilla que deje al menos el intento de hacer otra cosa, que solo lamerme las heridas.

Usaré mi voz para tejer un lenguaje de esperanza cada vez que escuche lo mal que está todo, lo terrible que es vivir en este tiempo. Buscaré denunciar y proponer, trabajando en proyectos concretos, porque la queja solo deja el espacio estéril y en él no crece nada.

DZ

Una tarde de esas donde duele, donde México me duele.