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El jueves pasado, en medio de una querella política del Presidente con la Suprema Corte de Justicia, una turba acosó un auto que salía del edificio de la Corte.

Durante varios minutos obstruyeron el paso del vehículo, mientras insultaban y amenazaban a los que iban en su interior.

Pensaban que en el coche iba un ministro y a él querían amedrentarlo. Iba en realidad el responsable de prensa de la Corte, pero el acoso no estaba dedicado a él, lo cual hubiera sido grave de por sí, sino que llevaba la intención, aún peor, de amenazar a un ministro.

En mitad de la querella del Poder Ejecutivo con la Corte, que ofrecía ese mediodía la tradicional comida de su cierre de labores, a la que el primer mandatario se negó a asistir, el incidente tiene un tinte ominoso.

Va más allá de la manifestación de las diferencias políticas de un grupo de ciudadanos con uno de los poderes de la unión. Es la expresión de una diferencia política, desde luego, pero que tiene la forma de una amenaza física, y que puede llamarse todo menos espontánea o democrática.

En ese aviso de la turba se condensó lo que era desde días antes una ofensiva de opinión pública, encabezada por el Presidente, contra la negativa de los ministros a someterse a una decisión del Poder Ejecutivo en materia de salarios.

En su crítica a los ministros, el Presidente llegó a calificarlos de deshonestos por ganar el salario que ganan y convirtió la resistencia de la Corte a ceder su autonomía constitucional en la materia en una mezquina defensa de sus sueldos.

Eso es lo que gritaba la turba a los ocupantes del automóvil. Al día siguiente, el Presidente reprobó genéricamente el hecho, sin emitir lo que a mi juicio hacía falta: una condena puntual.

Sucedió todo a un costado de Palacio Nacional, donde despacha el Presidente, y en un flanco del cabildo, donde despacha la jefa de Gobierno de la ciudad.

No hay averiguación alguna emprendida sobre este incidente que puede calificarse como la primera aparición, en este gobierno, de una turba de supuesto origen popular, característica del fascismo.