
Escrito por Claudia García Reyes
Hay días malos en nuestra vida. Esos días en los que sientes que todo te sale mal. Hay días en los que no quieres saber nada de nadie. Que quieres meterte abajo de las cobijas a comer porquerías. Mentarle la madre a todo el que se te para enfrente o de plano algo peor…. Todos tenemos días así. Todos, hasta los niños. Aunque probablemente ellos lo saquen haciendo un berrinche. Ya viéndolo así tienen razón en hacer berrinches.
Pero me estoy desviando.
La semana pasada la persona que es mi inquilina me avisó, solo porque yo le marqué para cobrarle la renta que no había pagado, que dejaría mi casa en menos de 15 días; aún y cuando el contrato no ha terminado. Pero no solo eso. Decidió que no me va a pagar renta este mes porque ya se va. La conversación terminó un poco difícil. Colgué el teléfono a eso de las 12 del día y sentía cómo la sangre me subía a los cachetes y me punzaba la vena de la frente. Esa que en mi caso tiene vida propia y me delata cuando algo no está bien. Mi quijada estaba trabada y mis dientes rechinaban gacho. Estaba yo muy enojada.
Mi marido que estaba ahí se aguantó toda la letanía que le aventé al respecto solo moviendo su cabecita. Él es muy sabio y sabe que cualquier cosa que me diga cuando estoy así será tomada a mal. No importa lo que diga. Pero me escuchó como siempre lo hace. Eso o finge muy bien jajaja. Se tuvo que ir a trabajar y ahí se quedó esta vieja haciendo coraje, dando mil vueltas en la cabeza sobre lo que implica perder esa entrada de lana porque se necesita, es indispensable para pagar la renta de la casa en la que vivo.
Así pasé más o menos una hora hasta que llegó el momento de ir por los niños a la escuela. Y no quería, no quería ir por ellos, no quería verlos, no quería pasar la tarde haciendo tarea y demás cosas que hacemos en las tardes. Estaba de malas y no quería ver a nadie, nadie incluye a los niños. Pero pues no había de otra.
Me subí al coche para ir por ellos pensando “ellos no tienen la culpa”, “ellos no hicieron nada para influir en tu pésimo humor de este momento”, “ellos no tienen la culpa”, “ellos no tienen por qué pagar tu enojo”, “ellos no tienen la culpa”.
Llegando a la escuela se subieron al coche y con mi mejor cara y mi voz más festiva los saludé y les pregunté por su día y cómo estaban. Llegamos a la casa y le di a cada uno un abrazo de esos que luego les doy como para asfixiarlos hasta que dicen “ya mami” y mientras lo hacía pensaba y trataba de absorber de ellos la paz que en ese momento no tenía.
Por ellos y para ellos.
Esos dos chamacos con sus caritas, sus besos y sus ocurrencias lograron sacar de mi cabeza por toda la tarde esa mala leche que traía. Lograron, sin siquiera saberlo, hacerme sentir mucho mejor. Ellos tienen ese poder sobre mi, ¿saben? Sin siquiera intentarlo sacan lo mejor de mí. A veces también lo peor, pero sigo trabajando en eso.
Así que bueno, sigo con el problema encima… mi casa se desocupará y eso me mete en algunos aprietos pero esta última experiencia me hizo pensar mucho en esas veces que sí han pagado por mi mal humor o por mi mal día. Me hizo ser más consciente de que nadie tiene por qué pagar los platos rotos, mucho menos mis monstruos.
Hoy, creo ser mejor persona gracias a esto. Logré lo que siempre busco: sacar algo bueno de cualquier situación.
Gracias por leer