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La ofensiva de Trump contra México puede destruir o rasgar dos de los intangibles mayores de la relación histórica entre los dos países.

Esos intangibles son la estabilidad y el nacionalismo. Durante décadas el quid pro quo de la tolerancia estadounidense a las independencias mexicanas fue que los gobiernos de México garantizaran la gobernabilidad. No el progreso ni la democracia, sino la estabilidad y la paz.

El fantasma mayor de la posguerra era que México pudiera ser un foco de inestabilidad y violencia en el marco de la guerra fría, como lo fueron Cuba y otros países latinoamericanos. Como lo fue Centroamérica en los 80.

Los gobiernos de México hicieron la tarea de mantener el país a salvo de la violencia regional característica de la guerra fría. Recibieron a cambio tolerancias en diversos órdenes de parte de su ciclópeo vecino.

Las divergencias por la guerra centroamericana de los 80 zarandearon el status quo de aquella relación especial. En esos mismos años, la guerra contra las drogas estableció para México una nueva y violenta obligación bilateral.

Esta ha sido la exigencia de colaboración más riesgosa para la antiguamente preciada estabilidad mexicana. La guerra contra las drogas descompuso la seguridad y la gobernabilidad del país como ninguna otra exigencia de la relación bilateral. El hecho hasta ahora es que ensangrentó, pero no incendió México, ni lo volvió contra Estados Unidos.

La acelerada integración demográfica y laboral de los dos países, el profundo efecto vinculante del TLC y la vertiginosa norteamericanización de la vida mexicana diluyeron el viejo antigringuismo de México, desdibujaron a su americano feo.

La abusiva conversión de México en blanco de la hostilidad racial, laboral y económica del nuevo presidente de Estados Unidos puede dañar la estabilidad y despertar el nacionalismo de México.

Golpear de más a un gobierno debilitado como el mexicano puede terminar de abrir las compuertas de la ingobernabilidad, que asoman ya por las grietas de la inseguridad pública y en la violencia de las protestas ciudadanas.

Puede también abrir las compuertas del viejo nacionalismo. En México hay ya un robusto antitrumpismo que la agresividad antimexicana del nuevo presidente de Estados Unidos puede muy bien convertir en una resurrección del sentimiento antinorteamericano dormido de México.

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