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Difícil sostenerle la mirada al libro de Marcela Turati: San Fernando: última parada. Vuelvo a él porque dice muchas cosas sobre Teuchitlán.

Es la recreación coral de un infierno, mayor que Teuchitlán, que sucedió también, invisible, ante nuestros ojos, en San Fernando, Tamaulipas.

A partir de su ocupación violenta por Los Zetas, en la Semana Santa de 2010, San Fernando fue una hermética zona de silencio cuyos habitantes sentían estar hablando “desde el fondo del mar”.

Era un municipio de 50 mil habitantes, con una cabecera de 30 mil, donde una mujer tardó varios días en decidir meterse en el escote un mensaje escrito, para dejarlo caer cuando pasara junto a una patrulla militar estacionada en el pueblo. El mensaje decía dónde estaban los criminales que supuestamente el Ejército buscaba.

Durante esos años nadie dijo lo que estaba pasando en San Fernando. Y pasaba que San Fernando había sido tomado por una banda de psicópatas que ejercían un control totalitario sobre quienes vivían en el lugar y sobre quienes cruzaban por él.

El libro de Marcela Turati dio cuenta de la prisión invisible en que estuvieron metidos los habitantes de San Fernando entre 2010 y 2012, a raíz del rompimiento del cártel del Golfo con Los Zetas, que habían sido hasta entonces sus sicarios.

Los Zetas representan un antes y un después en los niveles de brutalidad con que los grupos criminales se establecen en un territorio y lo dominan por el terror. Como el CJNG en Teuchitlán y otras zonas de Jalisco.

Las que antes de Los Zetas eran plazas controladas para el paso de drogas o migrantes, se volvieron bajo Los Zetas territorios de exacción, secuestro, cobro de derecho de piso y derecho de vida, verdaderos campos de concentración, y de exterminio, a cielo abierto.

“Cuando ellos pasaban, no queríamos ni que la perra ladrara. Si los encontrábamos, nos pasábamos recto. No decíamos nada, ni siquiera lo hicimos el día en que a la casa le cayó una esquirla de bala”.

Este es el ahogo del control criminal totalitario que exudan los testimonios recogidos por Marcela Turati en San Fernando.

Tienen un claro parentesco con el horror de los testimonios recogidos hasta ahora por la prensa en Teuchitlán.