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El sainete de fin de semana protagonizado por los presidentes de Colombia y los Estados Unidos, jugando al ping pong seudodiplomático con unos deportados que se la pasaron en el aire interminables horas de ida y vuelta entre California y Colombia con y sin cadenas, deja varios mensajes.

Desde luego, el de los Niños Héroes de Chapultepec, la leyenda del cadete envuelto en la bandera mexicana echándose al vacío patriótico, ahora protagonizado por el presidente Gustavo Petro, de Colombia, con una larga carta que Trump desde luego no leyó. El otro, el pragmatismo inmediato del presidente pelipintado mientras escogía un fierro en el hoyo seis: Ah ¿no te gustan los ilegales encadenados? Sale arancel del 25 % a tus flores para el 14 de febrero, del café para Starbucks, de tu pinchito petróleo y de tus bananos. ¡Vade Retro, Petro!

Pero el mensaje principal de Donald Trump, no solamente a Colombia, Canadá, Dinamarca, Panamá o México sino a todo el mundo, puede traducirse al verso de una canción mexicana, o varias: “yo soy quien soy y no me parezco a nadie; ábranla que lleva bala; traigo mi 45 con sus cuatro cargadores; no hay cerro que se me empine ni cuaco que se me atore”.

¿De veras quieren que siga?

Estamos frente a un maniático macho alfa que ha demostrado ampliamente, desde que les cortaba el agua a sus inquilinos para sacarlos de los edificios baratos de Queens, para remodelarlos y venderlos al quintuple, que maneja dos armas que le han resultado infalibles: el poder suyo y el miedo de los otros. La doctrina de Teddy Roosevelt “speak softly and bring a big stick”, eludiendo cuando se puede a la suavidad del discurso, que en el caso de Trump es muy ocasional.

Hace más de cincuenta años, durante el breve ejercicio del soñador Salvador Allende en Chile, se publicó “Para leer al Pato Donald”   (Dorfman, Mattelart) un ensayo sobre la política expansionista y la cultura popular de los monitos de de los Estados Unidos, llamados comics.  Se me vino a la mente porque estamos ante un Donald rabioso que lleva el comic a instancias universales y que por cuatro años nos condena -por lo menos a los mexicanos y su señora Presidente- al destino que llamamos del agua y ajo: a aguantarse y a joderse.

PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no se puede entrar sin tapabocas): ¿Abrazos otra vez?

La vorágine desencadenada por Donald Trump el 20 de enero ha sido una cortina magnífica de humo para no darnos cuenta de una realidad inmediata. Trump está expulsando al por mayor a los “invasores” de su país. Esto es, todos los inmigrantes que no puedan documentar con papeles su permanencia legal en los Estados Unidos. Especialmente convictos presos. De manera especial, y en primerísimo lugar, los indocumentados que están en las cárceles norteamericanas por diversos delitos o tienen desde endenantes juicios migratorios que terminaron en órden de deportación. Van en primer lugar.

La señora Presidente Sheinbaum, gesto humanitario y loable, estableció la política de brazos abiertos a TODOS los deportados. Albergue, cobijas, comida, transporte, dinero, empleo. Aguas. En esa primera ola pueden venir, como sucede, un cuarentón preso y condenado por pornografía infantil en Chicago, o un mocetón violento y distribuidor de droga de Ohio. ¿Cuál es el rato con el gabacho?

También pueden mandar un honesto albañil cuya familia se quedó en Amarillo, Texas, o una mujer dedicada a la pizca del rábano en el Valle Imperial de California, sin historial de otro delito que no sea el hambre y las ganas de que sus hijos tengn un vida mejor..

Sí, todos somos iguales. Pero no tanto.

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