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Solía coleccionar historias oídas al pasar. He publicado lunes y martes dos escuchadas en Cartagena. La de hoy y la de mañana vienen del mismo ciclo.

Hay una casa en Cartagena que mira al mar sobre la muralla que cierra el centro histórico de la ciudad. El salitre y la intemperie han devorado los vanos de sus puertas y los marcos de sus ventanas, pero no ha sido posible reponerlos, porque el carpintero que los puso se esfumó, desde el pleito a muerte que tuvo con su hija por causa de los celos y del sida.

Sucede que la hija tenía un novio a quien el padre miraba mal. La animadversión se volvió odio cuando el carpintero supo que el yerno vivía con otro hombre.

El odio se tornó furia homicida al propagarse por el vecindario la noticia de que el amasio de su yerno había contraído un sida como un barco. El yerno, por tanto, estaba en riesgo de tener sida también. Y por lo tanto, podía tenerlo también la hija venerada por el carpintero, con pasión celosa que iba más allá de la paternidad.

Para salir de dudas, la hija, de solo dieciocho años pero de condición serena, se hizo un examen de sida. Resultó que no lo había contraído. Corrió a decirlo al padre, para mitigar su furia, y al novio, para llevarlo a examinar también.

Pero los dados se habían jugado ya. El carpintero, loco de celos y ahogado por la deshonra, había cortado y muerto a su yerno con un cuchillo de partir cebollas.

Lo había muerto en secreto, sin testigos, y así se lo dijo a su hija, buscando su complicidad.

Pero la hija había mirado de frente a su corazón y había sabido que su amor por el novio era mayor que su infidencia, y había denunciado al padre, el cual se había dado a la fuga, probablemente hacia las islas despobladas de donde era originario.

Y por esa razón era imposible encontrar ahora al carpintero, para que arreglara los vanos y los marcos que él mismo había puesto en la bella casa frente al mar acerado de Cartagena, donde lo echaban tanto de menos.