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Forcejean en México dos ideas de democracia que han combatido largamente en el mundo.

Podríamos describirlas simplemente como democracia formal y democracia real. Democracia a secas y “verdadera” democracia. Democracia que descansa en las formas y democracia que va al fondo de las cosas, sin fijarse en los modales.

La democracia formal es la de la pluralidad quisquillosa, por sí misma diversa. La democracia real es la que expresa la voluntad del pueblo, por sí misma unitaria y profunda.

El hecho histórico de Occidente es que no hay democracia larga que no haya partido del respeto a las formas, porque las formas son, en casi todos los aspectos, el fondo de la democracia .

La democracia legal, falible y epidérmica si se quiere, es constatable y exigible a través de sus formas. De hecho, sólo es exigible, en su fondo, a través de sus formas, de sus leyes.

Las formas imperfectas, falibles pero exigibles de la democracia, tienen que ver con el respeto a la ley, la división de poderes, las garantías individuales, el respeto a los derechos humanos y a los derechos de las minorias.

La democracia real, en cambio, la sustantiva, la “verdadera”, pretende representar y cumplir la voluntad general (Rousseau).

En el marco institucional democrático de Occidente, la voluntad general no tiene otra forma de medirse que con las elecciones, no hay posibilidad de que se exprese a mano alzada en la plaza pública.

Y en elecciones libres se expresan, siempre, no sólo la voluntad mayoritaria sino las minoritarias también.

El alegato por la “verdadera democracia” va tomando en México la forma de que lo mayoritario expresa la “voluntad general” , con lo cual todo queda resuelto, pues, como dice el dicho, “democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.

Frase feliz, sin duda, pero incomprobable en los hechos de gobierno de cada día. Y exigible sólo en el marco de la democracia formal y de sus leyes, las cuales no contienen las preferencias del pueblo, pero sí los abusos que, en su nombre, puedan hacer los gobiernos.

La democracia real, la “verdadera”, no puede existir sin la formal.