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La opinión pública mexicana parece por momentos una guerra de sombras. Nada acaba por adquirir contornos claros en ella, quizá porque las dos fuentes fundamentales de generación de certidumbres públicas, la autoridad y los medios, no las generan.

Pienso en dos casos recientes, de la mayor resonancia: el de los 42 presuntos delincuentes muertos por la Policía Federal en Tanhuato, Michoacán, el 22 de mayo; y el de las cuatro mujeres y el periodista muertos en un departamento de la colonia Narvarte de la Ciudad de México, el 31 de julio.

Sobre lo sucedido en ambos casos pelean en la opinión pública versiones excluyentes, incompatibles entre sí.

En el caso de Tanhuato, la versión de la autoridad, según la cual los 42 fueron muertos en un enfrentamiento, y la versión periodística, según la cual hay evidencias periciales de que los 42 fueron ejecutados, varios con tiros de gracia y al menos uno a golpes.

En el caso de los homicidios de la Narvarte pelean las muy confusas versiones dadas hasta ahora por la autoridad, y la convicción pública, que le dio ya la vuelta al mundo, de que los homicidios son parte de la cadena de atentados contra la libertad de expresión y la vida de periodistas que mancha la vida pública de México desde principios de siglo.

Lo común a ambas querellas es que ninguna de las versiones es contundente, ninguna prueba su dicho a cabalidad.

Las versiones de la autoridad llevan perdida la batalla de antemano, rasgo característico del momento público de México, consistente en que la autoridad ha perdido la palabra: su palabra no existe, o es inverosímil, o es fácilmente diluida en dudas.

La palabra alternativa de los medios y las redes sociales no suple el vacío de credibilidad que ella misma crea. Sus versiones de los hechos tienden a volverse prédicas para conversos: cada quien pone y toma en ellas lo que quiere.

De modo que a la hora de establecer los hechos no son contundentes ni la autoridad ni los medios. El resultado tiende a ser una guerra de sombras, un litigio de prejuicios, preferencias y convicciones públicas apenas sustentables en la realidad.

Mañana, algo sobre la calidad de la palabra de los medios.

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