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La furia de los padres de Ayotzinapa dio la vuelta y ahora se vuelve contra el presidente López Obrador, quien les prometió justicia y los dejó en un limbo mayor, con menos respuestas y más dudas de las que tenían, con una nueva esperanza frustrada de que el Estado mexicano pudiera conducirlos a la verdad, y con la certidumbre renovada de que el gobierno les oculta algo que sabe, pero calla, porque no puede decirlo sin exhibir su complicidad. La de antes y la de ahora.

Luego de varios asedios a otros recintos públicos, los deudos de Ayotzinapa tomaron ayer la decisión de dar un portazo en Palacio Nacional y abrirse paso a fuerzas, estrellando un vehículo contra una de las entradas, mientras el Presidente daba su conferencia mañanera.

Habían pedido ingreso a la mañanera para que el Presidente respondiera a sus preguntas y a sus agravios. Probablemente no hay nadie ya que pueda responder satisfactoriamente a eso.

Las capas de dolor, incertidumbre y manipulación política del caso Ayotzinapa son ya demasiadas, y se alimentan unas a otras, versión oficial tras versión oficial, año tras año, gobierno tras gobierno, presidente tras presidente.

Todo esto está tras la violencia del portazo en Palacio de ayer, pero quizá hay una gota que derrama el vaso.

Y esa gota es la negativa del Presidente a hablar siquiera, a escuchar siquiera, a quienes les prometió tantas cosas, a quienes tanto lo apoyaron, a quienes usó como víctimas contra sus adversarios en el gobierno, sólo para, al final, llegar al gobierno y resolver nada, inventar culpables y dejar todo más turbio de lo que estaba, cuando parecía abrirse un espacio de clarificación.

Creo que el dolor y la frustración de las familias de las víctimas de Ayotzinapa no tienen regreso, por desgracia. Nada podrá compensarlos o consolarlos de su pérdida y de sus dudas.

Pero el portazo de ayer y lo que de él se siga quizá hubiera podido evitarse sólo con que el Presidente hubiera autorizado la entrada de los dolientes a su mañanera y, por una vez, se hubiera dedicado a escuchar en vez de hablar.

El portazo fue una respuesta a la sordera.