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No hay manera de sentir simpatía ni comprensión y mucho menos respeto. Estos ejemplos de la nueva clase política mexicana son despreciables.

Sin ningún recato hacen sus bajezas, las graban en sus teléfonos y las difunden en redes sociales. ¿Por qué? Porque quieren y porque pueden. Como cualquiera que decida hacerlo.

La diferencia es que ellos son “servidores públicos”, valga la ironía, y por eso deberían ser buen ejemplo para los demás. Pero, no.

Están en un momento de su vida en que la suerte les sonríe, se sienten paridos por hada austríaca, creen que todo —bueno, casi todo— les sale bien, son semi dioses, conocen a fulano y zutano, han estado en casa de perengano, son unos genios para los negocios, ya quisieran sus habilidades políticas los rucos que antes se dedicaron a su oficio y que hoy los desdeñan tanto como unos a otros, se han dado a las más buenas y a las más cotizadas, todos los envidian.

Han saboreado el triunfo primero en su pueblo, luego en su estado, suspiran por el país entero y ¿por qué no? por el mundo entero. Al fin que conocen a Elon, a quien le deben servir lo mismo que una toallita Tucks.

¡Son unos imbéciles!

Pero es lo que hay, aunque no sea lo que toca.

El que me parece un imbécil superlativo es el que ya gobierna o que lo intenta infructuosamente.

Habría que consignar que la culpa no es enteramente de él sino de quienes hicieron la tontería de elegirlo. Lo tienen porque se lo merecen. Cotidianamente comete estupideces de las que gusta dejar registro público, sin empacho de embarrar a los suyos.

Con conciencia o sin ella, sirvió como marioneta del gran titiritero. Y quizás eso abona a su frustración y su declive. Lo que explicaría, pero no justificaría, las pendejadas que comete.

El otro, tan insignificante, goza de sus 15 segundos de gloria. Nadie lo conocía, bueno, quizás algunos sí, pero no era referente de nada.

Saltó a su efímera fama en una circunstancia “chelera”, como la de hace unos días. Aunque no rodeado de borrachos sino en una mesa familiar, la de una pareja a la que le gusta hacer pública su vida privada.

Como sea, su insensatez da para lo mismo.

Por hacerse el gracioso o quizás pensando que le hacía un favor a un plumífero sonorense presente, le echó una hablada a un peso pesado de la política mexicana quien lo barrió en redes. Pobre imbécil, no sabe lo que hizo. Se metió con la persona equivocada: “No se puede gobernar o hacer política desde una borrachera de poder o alcohol. Siempre ha dado malos resultados. Eso lo sabe Dante Delgado. Espero no estén usando drogas más duras y descuiden a sus familias”.

O sea que de paso se llevó entre las patas al dueño de su partido, a quienes algunos, en otra época, les tocó su firme afición al brindis y el tiempo de reflexión que pasó en Pacho Viejo, de Coatepec, Veracruz.

Total, un desastre.

¿Cómo puede alguien con esas credenciales imaginar siquiera que votarán por él para la presidencia de la república?

Ser joven no es ser idiota. Ser joven no es ser insensato. Creer que van a conectar con los de su generación porque hicieron algo “cagado”, eso si es vivir en la pendeja.

Monitor republicano
¡Pero, si achú!

Al imbécil de marras no lo describo por su exceso en el chupe, sino por las tonterías que comete.

El que esté libre de crudas que prepare las siguientes cubas.