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Me dicen lectores y amigos que el tema de la prohibición y persecución de las drogas se me ha vuelto una obsesión. También, que mi propuesta de legalizar el  mercado de las drogas es una utopía impracticable.

Creo que tienen razón. Mientras más me asomo al mundo de la guerra contra las drogas más me obsesiona su saldo de ineficacia y violencia, más me escandalizan las cifras de muertos, desaparecidos y presos, el poder de corrupción de los narcotraficantes, las debilidades institucionales del Estado y la violación de derechos humanos que la guerra trae consigo.

Es una obsesión, sin embargo, muy menor, trivial y del todo inofensiva, si se la compara con la obsesión estadunidense de perseguir este mercado, la obsesión de sus agencias en matar capos y descabezar cárteles, en armar y lanzar gobiernos a la guerra fuera de territorio americano, y en encarcelar a sus propios conciudadanos, con un sesgo racial contra hispanos y negros que avergüenza al mismísimo espíritu de igualdad y libertad con que fue fundada esa nación.

Mi obsesión no produce muertos, ni presos ni desaparecidos. Es producida por ellos.

Respecto de mi propuesta utópica, en efecto parece remoto el día en que el consenso prohibicionista termine y podamos mirar sin anteojeras los daños que la prohibición ha producido y ha evitado.

Entre estos últimos, nada que se parezca ni de lejos a su propósito declarado de reducir el consumo. Entre los primeros, medio siglo de fortalecimiento del mercado prohibido con sus altas ganancias y la mayor cuota de violencia y homicidios que registre la historia del crimen en Occidente.

La utopía de la legalización de las drogas suena impracticable y remota, pero no tanto como la utopía sangrienta de creer que esta guerra se ganará a tiros, interviniendo países y exigiendo de sus gobiernos y fuerzas armadas compromisos y estrategias de represión que terminan manchándolos de sangre, ingobernabilidad y desprestigio.

Mi utopía por lo menos no echa sangre a su paso, solo refuerza mi obsesión de que la sangre puede reducirse mediante un uso inteligente de la ley no para prohibir, sino para regular un mercado que hoy controlan los criminales.

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