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No quiero darle malas ideas a nadie, pero con un aparato propagandístico de esas características, la mayoría de los medios controlados y respaldado por el Ejército, este hombre debería tener un 70 por ciento de respaldo, y no 60.

Ahora que se cumplen 30 años del desplome del imperio comunista soviético, es válida esta reflexión sobre el dictador ruso Vladimir Putin, por parte del disidente y excampeón mundial de ajedrez Karry Kasparov.

En Rusia hoy, la única eficacia del gobierno está en su control social y de la economía, como en la época comunista lo era la incompetencia de los funcionarios, cuyo gran mérito era la sumisión al dictador.

La Rusia actual sólo se diferencia de la comunista en que se puede viajar libremente, que existe la propiedad privada y el gobierno te deja vivir si no lo cuestionas, al estilo de “tú me dejas robar y yo te dejo vivir”.

Putin está enfermo con el pasado. Acusa a los “enemigos del pasado” de buscar su ruina personal y la de su gobierno. Sin embargo, a la vez vive una nostalgia siquiátrica por el pasado.

Por ejemplo, convirtió en su residencia oficial el Palacio del Kremlin, donde vivieron los zares y donde jamás había vuelto a vivir ningún otro gobernante ruso. Ahí vive con su familia, despacha asuntos de Estado, recibe dignatarios extranjeros.

Ni siquiera Lenin, Stalin y el resto de los dictadores comunistas se atrevieron a vivir en Palacio, que fue durante 70 años un museo, y sólo lo utilizaron para realizar los congresos quinquenales del Partido Comunista.

A la hora de nombrar a sus colaboradores, Putin repite la fórmula de la era soviética que se ve en Chernobyl, la miniserie de HBO:

“Los funcionarios en el socialismo deben tener 90 por ciento de lealtad al partido comunista y 10 por ciento de conocimientos”.

Hay una escena memorable sobre ese tema:

–Hubo un accidente en Chernóbil, pero me aseguran de que no hay problema.

–Yo le digo que lo hay.

–Prefiero mi opinión a la suya.

–Soy física nuclear. Antes de ser secretario usted trabajaba en una fábrica de zapatos.

–Sí. En una fábrica de zapatos. Pero ahora yo mando en el nombre del pueblo.

Casi un siglo después, y aún con el desplome soviético, Rusia es una dictadura donde sigue vigente el llamado que le hizo a Lenin, desde la cárcel, Rosa Luxemburgo:

“Sin elecciones generales, sin libertad de prensa, sin libertad de expresión y reunión, sin la lucha libre de opiniones, la vida en todas las instituciones públicas se extingue, se convierte en una caricatura de sí misma en la que sólo queda la burocracia como elemento activo”.

Pero no sólo en Rusia, eh.