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Hay dos caminos:

1. Si queremos mantener y mejorar la gobernabilidad del régimen presidencialista, debemos poner un freno a la fragmentación y a la falsa pluralidad, que dispersa el poder sin mejorar la representación.

2. Si queremos seguir adelante con la fragmentación y la dispersión del poder, quizá debemos dejar el régimen presidencialista y establecer uno parlamentario, donde el proceso mismo de alianzas entre fuerzas diversas construye gobiernos de mayoría que duran en el poder mientras la alianza se conserva y caen cuando la alianza se rompe.

Me cuesta mucho trabajo imaginar en un régimen presidencialista histórico como el mexicano cambiar a un régimen parlamentario sin que medie una grave crisis previa de gobernabilidad. En todo caso, me parece imposible plantear algo sólido en esta materia que pueda ejercerse en las elecciones del año 2018.

Lo que hay que reformar por lo pronto es el régimen presidencialista devolviéndole algo de la fuerza institucional que le hemos quitado.

Para eso hay que echar un poco la máquina atrás y detener el proceso de fragmentación, sin cerrar las puertas a nuevos contendientes, pero creando nuevas instancias donde puedan construirse las mayorías que no se consiguen a la primera.

Como han dicho ya Jorge Castañeda y Leo Zuckermann, la figura por excelencia de ese proceso en un régimen presidencial es la segunda vuelta.

Cierto, la segunda vuelta aplicada solo al Poder Ejecutivo, y no al Legislativo, produciría un horizonte de conflicto permanente entre un Ejecutivo con mayoría absoluta en su elección de la segunda vuelta, pero con minoría en el Congreso obtenida en la primera.

Aún así, podría ser una medida transicional hacia una solución más compleja, incluyendo el posible paso a un régimen parlamentario.

Lo que urge es una reflexión cabal sobre el tipo de democracia que queremos y el tipo de régimen político que se aviene mejor con nuestras diversidades y diferencias.

Todo esto ameritaría, creo, abrir una consulta nacional de gran espectro, como la que preparó la reforma del 77.

La sola discusión de estas cosas traería un aire fresco a nuestra rebasada democracia. Ya sería ganancia poder discutir públicamente algunas ideas al respecto.

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