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“No olvidemos que nada sustituye a la felicidad y que la felicidad no consiste en obtener bienes, riquezas, títulos, fama, lujos, sino en estar bien con nosotros mismos, con nuestra conciencia y con el prójimo.”

(López Obrador: La nueva política económica en los tiempos del coronavirus, 15 de mayo 2020)

Si estas palabras del presidente López Obrador parecen separadas de la realidad es porque lo están, porque corresponden a la aceleración de un discurso de igualitarismo utópico, cada vez más vivo en su cabeza, más claro en sus palabras y más peligrosamente presente en sus decisiones.

El igualitarismo obradorista ha estado siempre ahí, pero ahora asoma con frecuencia inusitada en sus divagaciones, dibujando una especie de utopía pobrista, una república exclusiva de los pobres.

Es la utopía de la supuesta austeridad franciscana, la república de la gente que supuestamente no necesita sino lo indispensable para vivir.

La gente que no necesita ingenieros ni arquitectos, porque puede construir su propia casa. Que no necesita periodistas ni informadores, pues tiene un instinto certero que la hace más inteligente que todos.

La gente que no necesita expertos, ni mediciones del PIB ni crecimiento, sino desarrollo, atención y que el gobierno la incluya en su reparto del presupuesto.

La gente que no necesita técnicos ni economistas, pues sabe más de economía que nadie porque cada mes estira lo poco que tiene para que le alcance.

La gente que sabe que no es gran ciencia gobernar, que no es gran ciencia sacar petróleo del subsuelo, pues basta hacer un hoyo y meter un popote.

Esta es la parte de la sociedad que le interesa al gobierno, a la que quiere ayudar antes que a ninguna otra, la de quienes nada tienen y nada ambicionan más allá de lo indispensable para vivir en supuesta paz con ellos mismos y con los demás.

Esta es la sociedad que necesita el gobierno, la sociedad para la que cree tener respuesta: la sociedad de la república de los pobres.

Nada crecerá tanto con la crisis como las clientelas de esa república. La crisis económica que viene puede venirle, efectivamente, como anillo al dedo al gobierno. Será una fábrica de pobres.