
Dibujo un invierno gélido de esos que hay en Rusia, me pongo un abrigo pesado un gorro grande, las botas anchas, me pinto unos guantes y cubro mis manos
Así es, pero pequeña
puerta de la esperanza,
nuevo día del año, aunque seas igual como los panes a todo pan, te vamos a vivir de otra manera, te vamos a comer, a florecer, a esperar.
Te pondremos como una torta en nuestra vida,
te encenderemos como candelabro, te beberemos como si fueras un topacio.
Día del año nuevo,
día eléctrico, fresco,
todas las hojas salen verdes del tronco de tu tiempo.
Corónanos con
agua, con jazmines
abiertos, con todos los aromas desplegados,
sí, aunque solo seas un día, un pobre día humano,
tu aureola palpita sobre tantos cansados corazones y eres, oh día
nuevo, oh nube venidera,
pan nunca visto, torre
permanente.
Fragmentos de la Oda al primer día del año de Pablo Neruda.
Y falta un día, un día para que termine un ciclo y el planeta a dado otra vuelta al sol.
Es un comienzo nuevo, despidiendo aquello que fue.
Desde hace algún tiempo intento integrar el concepto de la impermanencia y busco encarnarlo, hacerlo mío. Llevar a lo profundo la idea de que pese a lo maravilloso o doloroso que pudo ser lo vivido durante este año, todo pasa.
Pero es inevitable hacer los balances, bañarlos de juicios, mirarlos latiendo de emoción. Así que busco recursos para salir de ahí, de ese espacio donde habita mi ego que se alimenta con palabras que punzan. Y aparecen “pudiste, hubieras”, como látigos que fustigan.
Me siento a escribir, se me dificulta y entiendo que dentro mío hay una revolución emocional.
He pasado un año de encuentros y despedidas. De aciertos y desaciertos, me he encontrado con dolorosas encrucijadas, el corazón se me ha quedado a ratos chiquito y de pronto parece que algo lo ensancha. A retazos he zurcido los pedazos rotos, las heridas que no cicatrizan. A remiendos lo he llenado con ternura y con profundo agradecimiento. Me doy cuenta que así ha sido siempre, una emotividad ciclotímica con la que respondo cuando recibo lo que la vida me pone enfrente. Me veo transformándolo integrando algunas cosas y respondiendo con una gama de elementos, y en ello va mi carácter, mi historia, mi genética.
Puedo abrazar la idea de que por más que uno quiera a veces las cosas no se desenvuelven como uno quisiera. Pero aún sabiéndolo, no deja de ser profundamente difícil transitarlo. Se pagan las facturas de las desiciones y queda un camino, se comienza de nuevo o se queda uno ahí lamiéndose las heridas.
Invoco una historia Rusa, decido meterme en ella y espero contarla como es. Para cerrar el año encuentro que su belleza me regresa a lo importante y la busco, la traigo aquí desde los cajones donde guardo lo que recuerdo, porque necesito contar el recuento de lo vivido a través de sus bellos matices.
Así que busco los pinceles con esos que voy pintando siempre mis escenario para llegar hasta ahí.
Dibujo un invierno gélido de esos que hay en Rusia, me pongo un abrigo pesado un gorro grande, las botas anchas, me pinto unos guantes y cubro mis manos. Comienzo a caminar entre el bosque lleno de bruma. Colocó la luna llena para que me alumbre y cuando comienzo a cansarme de caminar, me encuentro una pequeña choza. Me duelen las orejas y los ojos, el frío a traspasado la ropa y entra en mis huesos. Mi respiración ya no suelta vaho, los pulmones se me están congelando. A tosidos intentó masajearlos.
Toco la puerta me parece eterna la respuesta del otro lado y aparece una pequeña viejecita que al verme helada, me invita a pasar.
Hay un fuego al final de la estancia me siento y quito las botas mojadas y me doy cuenta que la imaginación a veces no es suficiente para emular aquello que nos han contado. El frío en estas tierras es realmente inimaginable. Las manos las tengo azules, me duelen las encías, parece que se me han aflojado hasta los dientes.
La amabilidad de este ser me pone un plato de sopa caliente entre las manos. Mientras, me presento y le cuento lo que me aqueja, lo ridícula que me siento cuando hay tantos males que le pesan a otros.
De pronto sonríe parece que entendiera lo que cargo en los hombros. Mientras comienza hablar la mirada la pierde en las flamas ardientes de los troncos, la anciana comienza a decirme mientras su voz va calentándome el alma.
“Soy Babushka, vivo sola, tengo más años que muchos árboles de este bosque. Durante la mayor parte de mi vida, me mantuve siempre ocupada cocinando, aseando. Para obtener un poco de dinero hice cientos de miles de matrushkas. Cuidadosamente, las pintaba y colocaba una muñeca adentro las otra. Mientras trabajaba cantaba para mi, entonaba canciones antiguas y nuevas, e inclusive canciones que inventaba; no tuve hijos y a veces la soledad del bosque se hace pesada”.
Como viste el camino principal se encuentra lejos de aquí, así que siempre han sido pocos los visitantes que llegan.
Pues resulta que una noche de invierno así de dura como está, me despertó el resplandor de una estrella que parecía llamarme. Por más que mi corazón respondía, mis huesos frágiles y viejos prefirieron regresar a la cama calientita. Un día después, un coro de ángeles interrumpió mi sueño nuevamente, tocaban arpas y trompetas frente a mi ventana, escuché melodías hermosas y me pedían que fuera con ellos. Irían hacia Belén para conocer a un niño de nombre Jesús, un príncipe, un sabio, el hijo de Dios. Pero una vez más mi mente me enseño mis huesos artríticos y el cansancio que conllevaría hacer un viaje así, entonces volví a decir que NO. No podría llegar muy lejos con mi enorme fragilidad.
A la siguiente noche escuche ruidos que sonaban por entre los árboles. Supuse que vendría algún viajero con frío y alimenté el fuego con más leños. Puse agua en la tetera grande y la puse calentar sobre la estufa.
Pocos minutos más tarde llamaron a la puerta con un golpe fuerte. Eran tres hombres, se veían agotados y al parecer se habían extraviado, se sentaron junto al fuego. Se sacudieron la nieve del abrigo. Vestían ropajes finos, uno era de piel obscura y portaba refulgentes aros de oro que le pendían de las orejas.
Mientras calentaba una sustanciosa sopa y cortaba pan, me contaron que iban en busca de un príncipe recién nacido. Una estrella los estaba guiando pero al parecer habían perdido el rumbo subiendo demasiado hacia el norte.
Les conté de la estrella que vi, del canto de los ángeles y entonces me dijeron que la estrella era el signo del nacimiento de un niño santo y me mostraron los ricos presentes que le llevaban.
Me invitaron a ir con ellos y resulta que me sentí vieja una vez más y les di las gracias. Pasaron la noche y muy temprano con sus animales descansados y bien alimentados, partieron hacia el sur.
La casa se sintió vacía con su partida y me senté a balancearme suavemente en mi mecedora. De pronto algo pasó; la voz que me detenía, que me decía que no podía, que era una vieja decrépita, se calló. Súbitamente me puse de pie. Empaque un pequeño atado de ropa y reuní mis muñecas, un caballito tallado en madera, una pequeña bola de trapo, una muñeca vieja, unas pocas piñas de pino pintadas y algunas plumas hermosas que había encontrado en el bosque. Sería lo que le llevaría de obsequio al pequeño niño. A ese que le dije que NO, por dejar que mi mente se hiciera cargo.
Deje mi casa y trate de encontrar las huellas de los viajeros; pero la nieve caída durante la noche las había cubierto. Pregunte a un arriero si había visto a los reyes y este se burló. Encontré a unas mujeres con sus niños atados a la espalda y pregunté si habían visto una estrella y a carcajadas contestaron que en el cielo había miles de ellas. Pregunté nuevamente por un bebé que traía una buena nueva y me contestaron que habían nacido muchos.
Continué caminando fatigosamente, deteniendo a todos los que encontré para preguntar. Y un día llegue, encontré Belén meses después y el pesebre vacío. Lloré desconsolada, por tonta, por no escuchar el llamado y hacerle caso a mi loca cabeza.
Emprendí mi regreso cabizbaja y en el camino encontré muchos pequeños a los que les fui regalando los obsequios que llevaba para el niño Dios. Su hermosa sonrisa, su agradecimiento me fueron llenando por dentro. Así que desde entonces trabajo todo el año para darles obsequia y con ellos llevo un mensaje.
No importa que uno se pierda en el camino, este quizá no es el destino aunque nos aferremos a él. No importa que uno se equivoque, pues ahí hay un gran aprendizaje. Que aunque no salgan las cosas como uno espera, siempre hay posibilidad de encontrar cómo hacer florecer ese nuevo espacio y que mientras se ponga el corazón, el niño Dios sonríe ahí donde está, no hizo falta verlo porque ahora habita en mí.”
Babushka guardó silencio. Una paz abrazo mi corazón. De pronto sentí que quizá todo este año gestó cosas nuevas donde yo pensé que había fracasos. En verdad o todo es una bendición o una gran lección, lo contrario genera un sufrimiento que arde.
Me despido del año vacía, he decidido que vaciarme para llenarme de nuevo, me pongo en otro camino con nuevos bríos, soltar hasta donde pueda para salir al encuentro con las manos vacías, pero con el corazón en ellas. Pido perdón por el daño que cause, por el que pude ver y por el qué generé sin verlo.
Esta vez me es fácil regresar aquí, a esta realidad tangente y los brochazos para borrar el escenario que cree para mi narración brotan con gran rapidez. Me desprendo de la indumentaria y me quedo con las manos sobre las rodillas. Me pierdo en mi mirada y agradezco, una, dos tres veces.
La primera porque la gratitud es la excelsa expresión del amor y en ello agradezco mi existencia y la de todos los que me trajeron hasta aquí. Agradezco por dar a luz y ver a mis hijos hombres y mujeres puestos a la vida con un gran corazón y agradezco por todos aquellos que me han dado tanto.
La segunda porque he aprendido a transformar mis heridas en algo más que dolor y con ello ponerlo al servicio.
La tercera porque hay algo más grande que yo que me contiene y puedo sentirlo habitando en mi alma.
DZ
*Babushka es un cuento de la tradición Rusa.