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Impecable razonamiento presidencial: ninguna captura de un presunto delincuente justificaría una mayor masacre (el saldo fue de ocho) de civiles, policías, militares y familias de soldados, como pudo suceder en Culiacán.

Lo ocurrido, por desgracia, encuera un irresponsable desorden entre los titulares del gabinete de Seguridad que avalaron mentiras contumaces del secretario Alfonso Durazo para intentar explicar la batea de babas en que terminó lo que, presentado tramposamente como un incidente casual a partir de un falso “patrullaje de rutina”, se trató de un operativo deliberado para detener y extraditar a Estados Unidos a un poderoso y peligroso narcotraficante.

Como en casos anteriores y previendo costos adicionales por la previsible y violenta reacción de los criminales, quienes operaron in situ la detención fueron profesionales curtidos en aprehensiones, detenciones análogas y a quienes, para vergüenza nacional, sus jefes inmediatos y superiores privaron de los apoyos tácticos, legales y logísticos de cajón.

En la desafortunada conferencia que concluyó con la derrotista frase “… acordamos suspender dichas acciones”, Durazo estuvo flanqueado por los cuatro jefes militares con responsabilidad solo superada por la de su comandante supremo, el presidente de la República: los secretarios de la Defensa y Marina Armada, general Luis Cresencio Sandoval y almirante José Rafael Ojeda; el comandante de la Guardia Nacional, Luis Rodríguez Bucio, y el titular del eufemístico Centro Nacional de Inteligencia, Audomaro Martínez Zapata.

Dentro de las áreas de cada uno de los mencionados y en la deficiente comunicación entre ellos está la maraña de fallas inauditas que se cometieron, entre estas la inconcebible de que el comando a cargo no contara con una triste orden de cateo. Si esto motivó que la acción de captura y extracción se prolongara por horas, ello explica que las fuerzas federales terminaran siendo superadas en número y capacidad de fuego.

En la acción participaron veteranos curtidos en capturas como las de los hermanos Guerrero Covarrubias (banda Jalisco Nueva Generación, de El Mencho, en septiembre de 2015), autores de la masacre y el derribo de un helicóptero del Ejército en Ocotlán, o de Carlos Arturo Quintana, El 80 (del cártel de Juárez, en abril de este año), las cuales fueron secundadas (como suele suceder en ciudades tamaulipecas) por letales reacciones de sicarios.

¿Qué sucedió el jueves en y entre los altos mandos?: que sin la coordinación debida y con “el objetivo” asegurado, les faltó carácter para lidiar con la presión.

Para Ripley: en enero del último año del corrupto neoliberalismo, luego de un espectacular operativo militar en Los Mochis, la recaptura definitiva de El Chapo estuvo en manos de dos insobornables policías federales a quienes sus jefes, simplemente, les fueron leales…

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