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El hecho de que lo suyo lo suyo sea la ingeniería mecánica no exime al secretario federal de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, de ignorar nociones elementales de ingeniería civil, o peor: carecer del más elemental sentido común, como lo corroboran estas palabras que dijo ayer: “Preservar el aeropuerto de Texcoco es una barbaridad, no sirve para nada”.

Lo que de nada sirvió fue su paso por esa misma dependencia como subsecretario designado por Miguel de la Madrid (a quien el régimen al que hoy sirve atribuye haber iniciado, con el neoliberalismo, los 36 años de la peor etapa en la historia mexicana), como tampoco haber sido, por voluntad de Carlos Salinas de Gortari, subdirector comercial de Petróleos Mexicanos, para aprender a valorar una colosal obra pública inconclusa de clase mundial como la que, suspendida cuando estaba construida la tercera parte, quisiera desaparecer.

Ante la resolución judicial (debatible aún en tribunales) que avala el remiendo civil a la base militar aérea de Santa Lucía y que ordena dejar como está lo que se construyó en Texcoco, es oportuno recordar que la insensatez de suspender la obra ideada por los prestigiosos arquitectos Norman Foster y Fernando Romero está hoy en manos del agrónomo Sergio Samaniego Huerta, quien con su anterior jefe, José María Riobóo, publicó en 2017 el folleto Sistema Aeroportuario del Valle de México, donde se afirma que es viable la operación “coordinada” del aeropuerto internacional de Ciudad de México y el campechano militar y civil de Santa Lucía.

Entre las objeciones que Samaniego hace al proyecto de Texcoco figura la obviedad de que el terreno es “blando”, con lo que delata su desconocimiento de que hay modernos y eficientes aeropuertos como los internacionales de Kansai, Japón, o el Chek Lap Kok, de Hong Kong (éste concebido, precisamente, por Foster and Partners), que operan virtualmente sobre el “húmedo” mar y su “blando” fondo en islas artificiales.

Mientras Romero y Foster fomentan el trabajo interdisciplinario para la anticipación del futuro en urbanismo, diseño y arquitectura, Samaniego se inspira en el deslumbrante pero descocado axioma de su ex jefe contratista Riobóo (pergeñado el 8 de octubre de 2018 en una mesa de debate conducida por Joaquín López-Dóriga), que reza letra por letra: “Los aviones no pueden chocar. Automáticamente se repelen…”.

Como encargado de las obras del Gobierno Federal, Jiménez Epriú incumple su responsabilidad de hacerle ver al Presidente lo contraproducente que resulta la improvisación en proyectos que significan un gran descalabro para las finanzas públicas, entre los que sobresalen la regresiva refinería en Dos Bocas, el caprichoso “Tren Maya” o los parches a Santa Lucía.

Y atreverse a recordarle que como candidato a la Presidencia empeñó su palabra en la Coparmex, asegurando que, si la iniciativa privada lo costeaba (y ésta ha reiterado estar dispuesta), podrían continuarse las obras en Texcoco…

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