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Al salvarse de la quiebra tiene el compromiso de volver a la normalidad mientras paga una de las deudas más cuantiosas del mundo corporativo mexicano.

URBI ha salido del infierno, porque se ha salvado de la quiebra. Ha llegado a un acuerdo de reestructura que le permite entrar en concurso mercantil, esa forma de purgatorio empresarial que arranca el pellejo para salvar la vida. Por delante, tiene el compromiso de volver a la normalidad mientras paga una de las deudas más cuantiosas del mundo corporativo mexicano. En ese proceso de cicatrización, no habrá acreedores contentos ni regreso de la grandeza. URBI se convertirá en una empresa sustancialmente más pequeña de lo que fue.

Fundada en Mexicali por Cuauhtémoc Pérez Román a principios de la década de los ochenta, URBI entro a la BMV en el 2004 y se convirtió en una de las tres constructoras de vivienda más grandes de México, ella sola responsable de más de 6 por ciento del PIB nacional de su sector.

Hasta el 2011 era sinónimo de éxito empresarial y botón de muestra de la política de vivienda que comenzó con Ernesto Zedillo y acogieron con entusiasmo los presidentes del PAN. “Se trata de pensar, soñar y hacer en grande”, explicaba Pérez Román a una revista de sociales en el 2012.

Desde julio del 2013 la empresa fue suspendida de la BMV. De estrella en el firmamento pasó a ser un agujero negro. Los pasivos de URBI ascienden a 4 mil 300 millones de pesos. La lista de sus acreedores es una especie de Quién es Quién en el sector financiero. Incluye bancos como Santander, Banorte y BBVA Bancomer. Instituciones extranjeras del tamaño de Barclays y Credit Suisse. Tenedores de certificados bursátiles y de bonos emitidos en el extranjero. La estructura de su deuda es tan compleja que la negociación de los pasivos requirió los oficios de un hombre que participó en la renegociación de la deuda externa mexicana durante la crisis de 1995, Román Álvarez Verea.

El acuerdo anunciado implica pasivos por 21 mil 900 millones de pesos. La cifra es enorme, comparable a las manejadas en las reestructuras de GEO y Homex, los otros colosos de la vivienda caídos en desgracia. A pesar de la monumentalidad del número, sólo implica 53 por ciento de los pasivos totales. Una parte de la deuda no se podrá cobrar. Los acreedores tendrán que poner su parte. Son socios involuntarios de este naufragio.

URBI llegó a tener terrenos con potencial para construir medio millón de viviendas. La nueva política pública no dará márgenes que había para hacer fortuna con la acumulación de reservas territoriales. El nuevo proceso de calificación de terrenos desincentiva o castiga la adquisición masiva de terrenos fuera de las ciudades. La empresa de Pérez Román era uno de los tres mayores receptores de crédito para proyectos inmobiliarios. Esto incluye financiamiento privado y apoyos del sector público. Esto no se repetirá. Los bancos y el gobierno han aprendido de los riesgos de tener jugadores que sean too big to fail. El nuevo mundo viviendero estará dominado por un número relativamente grande de empresas medianas. No se repetirán los días en que tres gigantes produzcan 20 por ciento de toda la vivienda formal del país.

URBI tendrá en el futuro una escala humana. En este caso no hubo rescate tipo Fobaproa para Pérez Roman ni para sus acreedores. Tampoco habrá una política pública que favorezca la repetición del modelo que le dio tanto éxito. Si Cuauhtémoc Pérez Román quiere volver a pensar, soñar y hacer en grande, está obligado a reinventarse en grande. En el camino descubrirá, quizá, que la medianía sana es mucho mejor que el gigantismo descontrolado.