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Dediqué el puente de la Independencia a leer. Entre mis lecturas: El show de Trump, de Mark Singer, con un subtítulo en español: “Perfil de un vendedor de humo”. El libro fue prologado por el periodista, ganador del Premio Pulitzer en 1994, David Remnick. En su escrito Remnick define a Trump: “Hombre de ego rampante, con fondos holgados y más necesidad de atención que un recién nacido”. En su versión en español el impreso tiene un epílogo de Jorge Ramos, periodista mexicano al que Donald Trump autoritariamente desalojó de una rueda de prensa. Advierto que todo lo sustancial que leerán ustedes son ideas, conceptos y expresiones plasmadas en el libro de Mark Singer. Esto lo manifiesto con la intención de que no se me vaya a juzgar plagiario por no entrecomillar las citas o cometer errores de estilo.

Desde 1974 Mark Singer escribe regularmente para la prestigiada revista semanal The New Yorker. En el otoño de 1996 la editora Tina Brown le encargó redactar un perfil de Donald Trump, ya para entonces una celebridad neoyorkina. Al respecto escribe Remnick en el prólogo: Era un corredor de bienes raíces que intentaba venderse a toda costa. Lo mismo aparecía en el periódico sensacionalista New York Post que en la revista satírica Spy. (Que hablen de ti aunque sea mal). Se le podía ver en los encuentros de la Federación Mundial de Lucha Libre o degradaba a media humanidad en The Howard Stern Show —popular programa cómico de radio— donde definió a su exmujer con una frase: “Buenas tetas, cero sesos”.

Con estos antecedentes, la encomienda le pareció a Singer lo mismo que si a Nicolás Alvarado le pidieran escribir el panegírico de Juan Gabriel. Le cayó en pandorga, como dirían las niñas bien, o, en los huevos, como dirían los niños mal.

El tema no lo apasionaba, pero, a pesar de su reticencia, Singer se puso en contacto con Donald Trump para acompañarlo y observarlo en distintas circunstancias y diversos sucesos, durante varios meses.

Desde un principio le pareció “un artista del performance”, expresión que podemos traducir como un maestro de la farsa, un experto de la apariencia, un mentiroso especialista de la simulación. El periodista se propuso discernir a la persona del personaje.

El lector de El Show de Trump tendrá un retrato de cuerpo entero del candidato del Partido Republicano a la Presidencia de Estados Unidos. Aquí trataré de bocetar algunos rasgos del mal bicho, sospechosamente rubio y que diariamente se bebe un galón de Coca-Cola de dieta. (¿En su visita a Los Pinos brindarían con esta bebida?).

Las paredes del centro corporativo Trump Organization están tapizadas con portadas de revistas enmarcadas cada una con el retrato de Trump. Esta profusión de imágenes parece resumir el apetito de su propio reflejo. Donald es un narciso cuyo ensimismamiento contradice su mortífera capacidad para explotar las debilidades de los demás. Un insaciable cazador de publicidad que a diario corteja a la prensa, a cuyos mensajeros, sin embargo, califica como “basura humana” cuando no le gusta lo que publican.

El Trump International Hotel & Tower —un hotel condominio de 52 pisos en Columbus Circle— se inauguró en enero del 2009 y ofrece un ejemplo perfecto de superficialidad en su máximo esplendor. El rascacielos ostenta el nombre de Trump, sin embargo, éste sólo es dueño del penthouse y de acciones del restaurante y del estacionamiento que recibió como parte de sus honorarios por el desarrollo del proyecto. Alair Townsend, antigua vicealcaldesa de Nueva York, sentenció: “Yo no le creería a Trump aunque su lengua estuviera notariada”.

El eslogan de su campaña: “¡Hacer que América vuelva a ser grande!” es una frase retomada de la campaña de Reagan: “¡Hagamos que América vuelva a ser grande!”. Sólo que Trump le dio un toque francamente nativista. Y los decodificadores lo convirtieron de inmediato en “¡Hacer que América vuelva a ser blanca!”.

Gracias a su genio para poner en escena la falsa fraternidad, sabe muy bien qué cuerdas tocar y cuándo. Durante una reunión con el consejo editorial de The New York Times, Trump dejó ver su juego involuntariamente. “¿Saben? Si veo que la cosa se pone aburrida, si veo que la gente como que comienza a pensar en irse, simplemente le digo al público: ‘¡Construiremos el muro!’, y se vuelven locos”.

Trump surgió como una figura aspiracional, pseudopopulista y autoproclamado multimillonario, cuyo desprecio por los protocolos del injuriado establishment de Washington lo unió a sus partidarios en un abrazo de intoxicación mutua. Un cóctel de falsas estadísticas, mezcladas con temor, ingenuidad e indiferencia ante las exigencias pragmáticas. Un fanatismo precariamente relacionado con la realidad. “¡Amo a los que no tienen educación!”, se jactó. Y lo amaron.

Hillary y Chente

Lo que no se logró con diplomacia: la simpatía de la señora Clinton, se está tratando de lograr con folklore. En https://www.youtube.com/watch?v=uRcxA8ZAR9Y Vicente Fernández canta “El Corrido de Hillary Clinton”, cuya primera estrofa dice: Yo soy latino hasta el hueso/ estoy orgulloso por eso/ y te recuerdo mi hermano/ tenemos que ir de la mano/ hasta que Hillary Clinton/ tenga el triunfo asegurado.