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Durante los últimos ocho años, los bancos centrales se han visto obligados a ir adonde nadie ha ido en términos de política monetaria. Como parte de este experimento, los bancos centrales de Europa, Japón (BoJ, por su sigla en inglés) y otros países como Dinamarca, Suecia y Suiza, han tomado medidas extraordinarias para combatir la deflación incluyendo la implementación de tasas de interés negativas.

Esto significa que los bancos centrales ahora cobran intereses, en lugar de pagarlos, a la banca comercial por guardar su exceso de liquidez. El mecanismo de transmisión a través del cual las tasas negativas combaten la deflación y estimulan la actividad económica es la disponibilidad de crédito. Al establecer tasas de referencia negativa, los bancos se ven penalizados por mantener recursos ociosos en su balance, lo cual, en teoría, los debe incentivar a aumentar su oferta de crédito en condiciones más favorables para los agentes que demandan crédito, que a su vez utilizarían estos recursos para expandir su consumo o para financiar proyectos de inversión.

En la realidad, la efectividad de este mecanismo depende de si realmente existe suficiente capacidad de endeudamiento entre los agentes económicos. Si la demanda de crédito está topada por la capacidad de endeudamiento o una falta de apetito a apalancarse, de nada sirve que la oferta de crédito aumente.

Por otro lado, una política monetaria de tasas de interés en cero o inclusive negativas incentiva a los ahorradores a destinar una menor proporción de sus ingresos al ahorro y una mayor, al consumo. Hasta ahora, las medidas extraordinarias de política monetaria que han tomado los principales bancos centrales han tenido un impacto positivo en el crecimiento al generar un efecto riqueza positivo.

El principal canal de transmisión entre las medidas extraordinarias de política monetaria y el crecimiento económico ha sido la inflación que éstas han generado en los activos financieros. Los precios de las acciones y los instrumentos de deuda, componente básico de los fondos de retiro de los ahorradores en los países desarrollados, han subido casi sin cesar durante los últimos ocho años, generando un efecto riqueza positivo que ha contribuido a una mejoría gradual en los niveles de consumo.

Esto ha sido particularmente evidente en Estados Unidos. Este fenómeno se ha dado porque los ahorradores se han visto forzados a perseguir rendimientos en instrumentos que son más riesgosos. Si anteriormente un ahorrador podía planear su retiro pensando que sus ahorros estarían invertidos en una tasa libre de riesgo de 5%, en la actualidad, con una tasa libre de riesgo prácticamente en cero, necesita ahorrar mucho más o invertir una mayor parte de sus ahorros en activos más riesgosos como son acciones o bonos de empresas con menor calidad crediticia. Si las tasas son negativas esto se agrava aun más.

Si la situación es temporal, el ahorrador puede realizar ajustes; pero si los ahorradores perciben que las tasas serán negativas por un periodo prolongado, necesariamente comenzarán a asignar una mayor parte de sus ingresos al ahorro y, por lo tanto, reducirán su consumo. Adicionalmente, un entorno de tasas negativas por un periodo prolongado tiene consecuencias muy adversas sobre los modelos de negocios de instituciones financieras como son los bancos, las aseguradoras y las empresas de pensiones.

El caso de los bancos es particularmente importante, ya que la estabilidad del sistema financiero es una condición necesaria para el crecimiento económico. Al día de hoy, es temprano para analizar la efectividad de las tasas negativas en la zona euro y en otros países, pero queda claro que la política monetaria ha llegado a la frontera de sus límites.