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En la edición del martes de Sin Fronteras abordamos el tema del creciente tono restrictivo de la Reserva Federal (Fed) y la ascendente probabilidad de un alza de tasas en la reunión de política monetaria de junio.

La decisión de subir o no las tasas en junio ha tomado una dimensión que parece desproporcionada, ya que al final del día estamos hablando de un posible incremento de 0.25% que, de no llevarse a cabo, simplemente se estaría posponiendo para el tercer trimestre del año. No obstante, vale la pena analizar con cuidado los argumentos en favor y en contra del alza para después juzgar si la decisión de subir las tasas en junio podría, o no, ser prematura.

Después de la reunión de política monetaria de abril presentamos los que consideramos que eran los elementos fundamentales detrás de una posible decisión de alza en junio, entre los que destacaban: i) la herramienta de medición de la inflación preferida por la Fed —el PCE Core— se está acercando al objetivo de 2%; ii) si bien la actividad económica se ha desacelerado en el cuarto trimestre del 2015 y el primero del 2016, la mayoría de los especialistas espera un repunte de la actividad en el segundo y tercer trimestres, consistente con lo que ha sucedido en los últimos tres años, y iii) el entorno internacional ha mejorado, la volatilidad ha disminuido un poco y el dólar se ha depreciado, dando un poco más de espacio para que la Fed actúe.

Aunque en el último punto ha habido una fuerte apreciación del dólar que podría dejar a la Fed sin espacio para subir las tasas, para varios expertos, hay otras razones suficientemente fuertes para que la Fed se abstenga de actuar.

Recientemente, ha argumentado que la recuperación de los precios del petróleo y otras materias primas, de la mano de la marcada y continua recuperación en la creación de plazas de trabajo (que sitúa al mercado laboral cerca de una situación de pleno empleo), puede generar presiones inflacionarias y que por lo tanto es necesario subir las tasas de interés antes de que éstas se materialicen.

Para los que piensan que la Fed podría precipitarse al decretar un aumento de tasas en junio, la relación histórica entre niveles de empleo y presiones salariales se ha debilitado considerablemente y precisamente consideran que es necesario que los salarios reales muestren un mayor incremento para que la recuperación económica tenga mayor tracción.

Asimismo, apuntan a que las expectativas de inflación de mediano y largo plazos se mantienen aún por debajo del objetivo de la Fed y que lo más prudente es dejar que la inflación supere su objetivo de 2% antes de comenzar a subir las tasas.

En un reciente artículo, la revista The Economist argumenta que los riesgos y beneficios de una política monetaria más restrictiva son totalmente asimétricos.

Por un lado, si la Fed sube las tasas y la economía entra en un nuevo episodio de debilidad y riesgo de deflación, el costo sería mucho más alto que el beneficio de contener la inflación cerca de la meta de 2%, en caso de que la decisión no tenga un impacto negativo en la actividad económica.

No obstante, el tema parece ser más bien uno de credibilidad, donde la Fed no siente que un escenario de crecimiento económico cerca de 2%, con una tasa de desempleo en 5%, sea consistente con un nivel de tasa de interés de referencia de 0.5 por ciento.

La Fed debe considerar cuidadosamente las consecuencias de un alza en tasa no sólo en Estados Unidos, sino en la economía global. Una mayor apreciación del dólar es un riesgo desestabilizador para la economía global y la de Estados Unidos.

No obstante, para este columnista, el escenario base sigue siendo que la Fed subirá la tasa en 0.25% en su reunión de junio.